Lo que dan de sí nueve meses
Ni los más optimistas del parqué hubiesen predicho hace nueve meses, esto es, a principios de marzo, que las Bolsas se iban a recuperar de sus caídas iniciales hasta el punto de cerrar 2003 con una revalorización del 22%. En nueve meses se ha pasado por el miedo a las consecuencias de la guerra, por el temor a la deflación y por una suerte de 'burbuja de expectativas' hasta llegar a una situación, la actual, en la que hay numerosos puntos flacos, pero que a principios de marzo haría darse con un canto en los dientes a cualquier gestor de banca privada.
El volumen de negocio deja mucho que desear. No hay garantías de que las buenas cifras empresariales y económicas se repitan en 2004. Los desequilibrios económicos en Estados Unidos son un riesgo de primer orden, y apenas queda ya margen de maniobra en materia monetaria y presupuestaria.
Por todo ello no están los mercados en una fase alcista. Es demasiado pronto siquiera para plantearse esta cuestión, que sólo se puede corroborar con el paso de los meses. Ahora bien, donde no había nada ha crecido la hierba. Es una incógnita si, como aventuran los expertos más pragmáticos, se volverán a probar los mínimos de marzo, porque las economías perderán pulso a medida que se avance en 2004 o se entre en 2005.
æpermil;sta es la gran pregunta. Si la fortaleza que muestran las últimas cifras es capaz de crear una inercia favorable, es decir, de generar una masa crítica que permita a las economías tirar hacia adelante por sí solas, sin necesitar estímulos externos. Será necesaria la creación de empleo en Estados Unidos, que es quien manda. Los últimos datos invitan a un optimismo muy incipiente, pues muestran una mejora en la tendencia que aún no se puede calificar de punto de inflexión y que es insuficiente para tener efectos económicos reales.
Son estas dudas, más las altas valoraciones alcanzadas por los activos de renta variable estadounidense, las que impiden a los mercados romper los máximos actuales. Pero no quitan validez a la evolución reciente de los mercados, que ha salvado la cabeza a numerosos profesionales y ha aliviado las carteras de aquellos inversores que aguantaron toda la crisis.
El problema que manejan los analistas es el qué hacer ahora, si apostar por la prolongación de la tendencia o recoger los beneficios. Como prácticamente nadie sabe responder a la cuestión, esperar y ver es la consigna. A veces un mercado horizontal obedece al despiste de los inversores. Ahora es el caso, porque no se sabe qué vendrá, pero no del todo, porque el inversor sabe a qué está jugando.