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La opinión del experto
Tribuna
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Kennedy, carisma y violencia

Imagine el lector una partida de ajedrez, equilibrada y medida en su desarrollo. El jugador A efectúa un movimiento, después de 15 minutos de reflexión, tras la jugada anterior del adversario, el jugador B. Cual sea ese movimiento en concreto y la disposición de las piezas no es relevante. ¿Cuánto piensa el lector que tardará el jugador B en responder? Los dos jugadores tienen la misma categoría. Responda el lector según cuatro escenarios: ambos son principiantes; ambos son aficionados; ambos son maestros de ajedrez; ambos son grandes maestros. Cuando propongo esta situación a los participantes en mis sesiones, la mayoría, excepto cuando hay un experto en ajedrez en el grupo, contesta que el más rápido será el gran maestro. Al fin y al cabo conoce todas las jugadas posibles y sus combinaciones. Y el más lento debería ser, dicen, el aficionado, ya que necesita invertir más tiempo en estudiar la jugada, pensar las alternativas y decidirse entre ellas. La respuesta correcta es a la inversa.

El gran maestro es el que apura hasta el límite el tiempo disponible para contestar. Conoce todas las alternativas posibles. Pero sabe que si contesta inmediatamente está manteniendo y sujetándose al plan de jugada dominante, al guión de confrontación establecido, y en el que el oponente juega un papel que ya conoce. El gran maestro necesita tiempo para pensar como escapar de ciclos de acción preestablecidos, huir de partidas predecibles, de dialécticas acción-reacción que puede acabar conociendo y dominando el oponente. Lo importante es jugar cambiando el guión preestablecido por el contrario, o por la tradición de cómo jugar ese juego. æpermil;sta es la acción robusta: buscar la eficacia a corto plazo sin reducir por ello los opciones posibles a largo, actuar resolviendo el problema inmediato gastando en ello el menor capital político posible, que pueda necesitarse para contingencias futuras aún sin determinar.

¿Qué tiene que ver la acción robusta con John Fitgerald Kennedy? Mucho y, consecuencialmente, con todos nosotros. Kennedy tuvo que enfrentarse a la única crisis nuclear con peligro real de destrucción mutua asegurada: la crisis de los misiles de Cuba. Fue su momento definitorio como presidente. El cómo lo hizo ha llegado a ser un clásico en la toma de decisiones de alta dirección, un ejemplo de acción robusta. Su táctica hacia adentro durante la crisis consistió en intentar escapar a las presiones internas, principalmente del Pentágono, para bombardear Cuba, lo que hubiera obligado a una acción de los soviéticos para mantener la cara. Kennedy tuvo presente que, como él mismo, Kruschev debería tener presiones de su propio aparato militar, incluso superiores por carecer de balances democráticos. Y no había que darles argumentos para un confrontación. Su táctica externa, la emitida a los soviéticos, fue adoptar movimientos como el bloqueo, que dejaban abiertas más alternativas de futuro, que fueran más difícil de interpretar unívocamente por los soviéticos, y que por tanto hacían mas injustificada una represalia. Ni siquiera contestaba a las comunicaciones más duras de los soviéticos, tan sólo a aquellas que permitían seguir negociando. Siempre evitando el ciclo de confrontación, de las soluciones establecidas por los militares (encadenados unos a otros en un vínculo de dureza mutua creciente) y buscando un juego más abierto y menos predecible.

Era atractivo porque era diferente y encarnaba las esperanzas de cambio. Esa atracción lo hacia vulnerable

Esa apertura a un futuro más amplio que el presente es uno de los ingredientes del atractivo político de Kennedy, era un gran maestro de la política. A su acción robusta añadía una retórica también orientada al futuro a largo plazo, sin entrar en los detalles de la implementación. Señalaba avenidas de futuro, el objetivo, pero dejaba la metodología de cómo conseguirlo a sus audiencias. Kennedy descargaba sobre ellas la responsabilidad, no la asumía él (preguntarse lo que uno debe hacer por el país y no lo que el país puede hacer por uno). Quizás era esta característica, señalar el objetivo o el deber de sus ciudadanos, pero no hacerse cargo del mismo, no asumir las responsabilidades de otros, una de las claves de su final.

El atractivo político de Kennedy lo separaba de sus contemporáneos. Además era atractivo porque era diferente (en las fotos él y su mujer aparecen muy modernos) y encarnaba las esperanza de cambio (no podemos saber si fundamentadamente, dado lo corto de su presidencia). Esa atracción, su éxito electoral y familiar lo hacía vulnerable, posible objeto de expiación por los de su época. La psicología clínica nos ha confirmado la intuición antropológica: los que son o parecen mejores o más atractivos son insoportables para la mayoría y son candidatos a la eliminación, para rebajar la tensión social que provocan, a veces, con su sola presencia y para aliviar el resentimiento nacido de la comparación dolorosa para los demás. Esa tensión es todavía superior cuando proponen retos y recuerdan obligaciones sin asumir el peso que corresponde a los demás. Sufrió asesinato físico, de manera análoga al intento de asesinato, esta vez de carácter, de Clinton o, por otros motivos, de Felipe González. De hecho, pensar cómo sobrevivir a intentos de eliminación físicos, morales o profesionales es uno de los deberes de todo agente de cambio. En Kennedy se emparejan temprana mortalidad física y prolongada supervivencia moral. Quizás la segunda no se puede dar sin la primera.

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