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Columna
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América nos necesita

En la necesidad es cuando se comprueba la lealtad de los amigos y aliados y es ahora cuando América, los Estados Unidos de América, nos necesita. El primer vidente de esta necesidad ha sido George Soros, dispuesto a comprometer su inmensa fortuna en la campaña de los demócratas para lograr un nuevo presidente en la Casa Blanca que rectifique los enormes destrozos institucionales, políticos, económicos y sociales, suma del legado espantoso ofrecido por la disparatada Administración de George W. Bush. Pero como dijo el Creador en el Jardín del Edén no es bueno que Soros esté sólo. Parafraseando al alcalde de Móstoles Alejandro Torrejón, gritemos: 'América perece víctima de la perfidia neocon, ¡europeos acudid a salvarla!'.

Estábamos advertidos por Paul Krugman del insoportable déficit en el que se embarcaba Bush, de los efectos nocivos que el gasto militar implicaba para las ayudas sociales, de la exclusión social resultante, de la imposibilidad de seguir contando con el flujo de capitales extranjeros para sostener los equilibrios del sistema, del deterioro de la confianza de los inversores a causa de los colosales escándalos de Enron en adelante a los que se ha sumado la detención de 47 operadores de divisas de Wall Street acusados de estafa, blanqueo de dinero y extorsión actividades que venían realizando desde hace 20 años. Nos habían dicho que íbamos a Irak para salir al paso de una amenaza militar insoportable e impedir que satán Husein utilizara las peligrosísimas armas químicas y biológicas en su poder o las facilitara a las organizaciones terroristas alentadas por él. Pero miles de inspectores norteamericanos desplegados sobre el terreno han sido incapaces de encontrar rastro alguno de semejante arsenal, mientras los ejércitos de Sadam se evaporaron como por ensalmo.

El primero de mayo en la pista del portaviones de la Navy Abraham Lincoln el presidente Bush ataviado como piloto de combate proclamaba el fin de la guerra pero ni por esas. Enseguida descubríamos que estábamos de nuevo ante una victoria sin alas. A las fuerzas que pensábamos liberadoras nadie les tributó el recibimiento esperado a la usanza del cosechado en los países europeos cuando rompieron el yugo impuesto por el eje de nazis y fascistas. Surgía la resistencia en forma de atentados y emboscadas y las víctimas superaban con aceleración las contadas en la guerra relámpago de marzo. Frente al principio de que la paz estaba relacionada con la guerra, de que sería consecuencia de la victoria empezaba a comprobarse que sobre esa clase de victoria era imposible el nacimiento de la paz.

Con la guerra de Irak se ha comprobado de nuevo el axioma de que todas las guerras son diferentes

De nuevo se comprobaba el axioma de que todas las guerras son diferentes. Aquí en España teníamos aprendidas las diferencias entre victoria, la proclamada el 1 de abril de 1939, contada en años triunfales, que clasificaron a los españoles en vencedores y vencidos durante ocho lustros, y la paz que sólo llegó con la Constitución reconciliadora de 1978. En el conflicto de Irak, como en tantos procesos políticos, lo que ayudó a desencadenarlo se convertía después en un obstáculo bloqueante. Empezando por las mentiras que sirvieron de preparación artillera para el inicio de las operaciones bélicas. Los informes apodícticos de los servicios de inteligencia se demostraron falsos y los intentos de vincular a Sadam con el terrorismo fracasaron. El genocida Husein encabezaba una dictadura cruenta donde los terroristas nacionales o internacionales estaban excluidos. Otra cosa es que ahora todo el país se haya convertido en área de acogida para ellos como sucedió antes con Afganistán donde los señores de la guerra han vuelto a tomar el mando más allá de Kabul.

De aquel unilateralismo de la única hiperpotencia, de aquel ensoberbecimiento solipsista nada queda. El presidente Bush sólo encuentra hostilidad en Londres recluido en Buckingham Palace tomando mañana, tarde y noche el té con la Reina mientras en las verjas brama la multitud y acaricia la idea de abandonar Irak cuanto antes cediendo los trastos a Naciones Unidas o ideando una manera de iraquizar la solución. Debemos evitar la desolación de Washington y acompañar a nuestros amigos americanos en el sentimiento. Es el momento de la solidaridad, de acudir en ayuda de nuestros aliados como en ocasiones decisivas para los europeos ellos supieron hacerlo con toda generosidad. Puede que flaquee la vieja Europa, pero siempre quedará la nueva con Aznar y Ana palacio al frente.

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