La mancha del tomate
Muchos directivos de empresa en un ámbito sectorial específico se han visto envueltos una vez más en el ojo del huracán y acusados de prácticas sospechosas con motivo del imprevisto y notable incremento de los precios en determinados productos hortícolas y, más específicamente, en el encarecimiento de los tomates. El asunto ha adquirido una importante dimensión pública al ocupar amplios espacios en todos los medios de comunicación, desde los que se han vertido los más variados juicios, si bien la mayoría se ha decantado por señalar sin ningún género de dudas la culpabilidad de los intermediarios.
Aunque han participado también en el debate personas del ámbito universitario, cuyos análisis se soportan en estudios más rigurosos, la mayoría de los juicios emitidos pecaban de la superficialidad típica de quienes con un conocimiento limitado, o sin conocimiento alguno, del circuito comercial se ven obligados a emitir un pronunciamiento de urgencia de algo que desconocen.
Aparecen así como razones explicativas del fenómeno prejuicios históricos a los que se recurre con una cierta periodicidad, pero que no ayudan a explicar lo que se desea conocer. La recurrencia al intermediario para explicar lo que no sabe explicarse, queda bien, conecta fácilmente con el público, pero además de no aclarar nada, utiliza argumentos manidos, demasiado gastados, dejando la impresión de que, aunque la sociedad ha avanzado en la mayoría de los campos, en algunos permanece voluntariamente estancada.
La propia utilización de una denominación genérica, intermediario, para referirse a quienes son claramente identificables, alude a una cierta pereza analítica, a salir del paso con acuerdo y sin conflicto, aunque ello sea a costa de postergar sine die el conocimiento de la realidad y la adjudicación, si es que existen, de responsabilidades, lo que, por otra parte, permitiría adoptar decisiones que impedirían la repetición de lo indeseado.
Los intermediarios, y con mayor énfasis en el caso de los productos agrícolas perecederos, han sido siempre acusados de todos los males que han afectado históricamente al sector, sin que, como se comprueba una vez más, esas acusaciones hayan permitido mejorar los procesos de comercialización. Y da la casualidad de que esos intermediarios tienen todos nombre y apellidos, lo que los hace perfectamente identificables. Sería bueno entonces dejar de camuflarlos en ese genérico inespecífico, nada esclarecedor, para hablar del almacenista de origen, que selecciona, clasifica y envasa el producto, del transportista, del almacenista en destino, lo que permitiría entender, en primer lugar, que todas esas funciones son necesarias y que su desempeño encarece inevitablemente el producto.
Establecer el circuito necesario para que el producto deje de estar en la mata o en el árbol y se ofrezca allí donde el consumidor puede adquirirlo es tan sencillo que su definición y análisis no precisa de complejos estudios macroeconómicos y basta un mínimo de criterio y racionalidad para conocer su funcionamiento y saber las variaciones que ha podido experimentar en un momento determinado. Hasta ahora parece que nadie haya querido conocer la realidad de lo ocurrido con el incremento de los precios, aunque saberlo sea una operación tan sencilla que se resuelve con la dedicación de una persona durante dos días, soy generoso en el tiempo, para que siga la pista del tomate, que a estas alturas ya está rojo de vergüenza, desde la planta hasta la tienda o el hipermercado y determinar quién y en qué medida ha contribuido al encarecimiento.
El incremento de precios de los productos perecederos preocupa porque afecta al bolsillo del consumidor, por lo que sorprende en cierta medida la falta de elasticidad al precio que parece observarse, es decir, sería esperable que el consumidor, ante el grado de encarecimiento detectado, modificara su comportamiento, cambiando, aunque fuera de modo transitorio, sus hábitos. Al reducir la presión de la demanda sobre los productos afectados, ese mismo movimiento debería corregir la evolución de los precios, lo que, sin embargo, no se ha producido.
Pero la preocupación más importante desde la Administración se centra en la influencia que la evolución de los precios de los productos perecederos está teniendo en un IPC que no está para muchos sobresaltos. De ahí que el ministerio correspondiente se haya apresurado a establecer una serie de acuerdos con las grandes empresas de distribución que ayuden a controlar la situación. La medida seguramente es oportuna, pero no estaría de más que al mismo tiempo estuvieran dispuestos a revisar las rigideces que las vigentes leyes de comercio, generales o autonómicas, han introducido en el funcionamiento de la distribución, lo que siempre redunda en perjuicio de los intereses de los consumidores.
En definitiva, las cuestiones que afectan a nuestra sociedad muchas veces resultan complejas y difíciles de aplicar de manera entendible sin que pierdan el necesario rigor, pero en otras ocasiones lo que puede ser fácilmente explicable y conocible nos empeñamos en oscurecerlo y distorsionarlo. El recurso a los lugares comunes puede resultar cómodo, pero dificulta el conocimiento y, por ende, el progreso.
Ex presidente de Mondragón Corporación Cooperativa
Muchos directivos se han visto envueltos en el ojo del huracán, acusados de prácticas sospechosas