Los últimos inmortales de Terenci
Anna Magnani era como la loba del capitolio, principio y final de tantas cosas importantes; Gina Lollobrigida no daba el pego como gran dama; Brigitte Bardot fue todo un personaje, que no una actriz; Catherine Deneuve se puso en manos de la suerte y ésta fue muy generosa con ella. Son sólo algunos retratos de las grandes estrellas del celuloide que el escritor Terenci Moix ofrece en Mis inmortales del cine (Años 60), un libro póstumo que acaba de publicar Planeta.
El escritor, fallecido en Barcelona el pasado mes de abril, estuvo trabajando hasta el último momento en la cuarta entrega de la serie sobre la historia del cine en la habitación de la clínica Teknon, donde había instalado un ordenador, un vídeo y un DVD.
En el libro, Terenci Moix vuelve a dar una lección de sentido del humor, erudición y pasión cinéfila. Carlos Revés, editor de Planeta, explicó durante la presentación de la obra en el cine Doré de Madrid, sede de la Filmoteca Nacional, que antes de su muerte Terenci Moix dudaba entre tres proyectos, continuar con la saga de Garras de astracán y Mujercísimas, ampliar sus memorias o comenzar una novela costumbrista. Sin embargo, se entregó con pasión a estos inmortales del cine.
El autor pasa con facilidad del dato erudito al cotilleo sobre la vida privada, del certero comentario a la imagen literaria que resume en pocas palabras una trayectoria, del entusiasmo por un título a la crítica al tinglado comercial. En los retratos que ofrece de las grandes estrellas conviven el elogio entusiasmado y el comentario corrosivo y demoledor. Humor y nostalgia. De lo primero, da una muestra en la crítica que hace de Alec Guiness en su papel de comisario bolchevique en Doctor Zhivago, 'era como Mae West haciendo la Gelsomina de La Strada'. También hay ternura, como la que destilan las palabras de Fellini a propósito de Anna Magnani: 'Era una mujer extraordinaria. Cuando murió, los gatos callejeros de Roma guardaron luto por ella'. Como en los volúmenes anteriores de los años treinta, cuarenta y cincuenta, la colección de fotografías, paciente y minuciosamente perseguidas por el escritor a lo largo de los años, es de enorme valor.