La Bolsa de Nueva York se pone al día
Durante los días siguientes al 4 de noviembre los miembros de la Bolsa de Nueva York han estado recibiendo la documentación con la propuesta para cambiar los estatutos de la veterana institución diseñada por su actual e interino presidente, John S. Reed, que deberá ser votada en la reunión especial convocada para el 18 de este mismo mes. Los objetivos últimos de la reforma, tal como el propio Reed subraya en la carta que acompaña a la documentación, son dividir la funciones que hoy realiza el consejo de administración entre dos consejos con diferente composición y además poner los medios para hacer transparente el gobierno de la corporación, la retribución de sus directivos y las donaciones caritativas y políticas que haga.
La Bolsa de Nueva York se enfrenta con dos problemas, el sistema de creación de mercado y el gobierno de la institución. El papel y comportamiento de sus creadores de mercado (especialistas) es objeto de frecuentes críticas por parte de los inversores. En particular, se pone en duda que hagan realmente su mejores esfuerzos para conseguir los precios más ventajas para sus clientes. Recientemente la Comisión del Mercado de Valores estadounidense (SEC) hizo público que durante los últimos tres años 2.000 millones de acciones habían sido negociadas inadecuadamente, con un coste para los inversores de 150 millones de dólares.
El problema de la gobernabilidad, por su parte, fue puesto en evidencia cuando se conoció la retribución del anterior presidente de la Bolsa, Dick Grasso. Y no era para menos, un paquete retributivo de 140 millones de dólares es difícil de disimular. El señor Grasso presentó su dimisión el 17 de septiembre.
Para que el señor Grasso recibiera esa cantidad eran necesarias dos condiciones, y ambas se daban. El esquema de gobierno corporativo de la Bolsa permite que el presidente controle la institución en vez de que la institución controle a su presidente. En segundo lugar, el talento gerencial del señor Grasso había contribuido a que los más de 1.300 miembros de la Bolsa aumentaran su fortuna personal. En 1994, cuando Grasso se hizo cargo de la dirección de la Bolsa, un puesto bursátil valía 760.000 dólares, en 1999 su valor era de 2.600.000 dólares.
Aunque resulta evidente que los dos problemas -gobernabilidad y papel de los especialistas- deben ser enfrentados para restaurar la confianza en el mercado, Reed ha empezado la casa por los cimientos: modificar los órganos de gobierno y dejar que sean éstos mismos los que se ocupen de resolver los problemas operativos (y regulatorios) de la Bolsa.
Para dirigir la institución se mantiene el consejo de administración propiamente dicho -formado por personas independientes de la gerencia de la entidad, de los miembros del mercado y de las empresas cotizadas-, que será responsable de los asuntos relacionados con el gobierno de la institución, las retribuciones, el control interno y la regulación y supervisión del mercado.
Junto al anterior se crea el consejo de los ejecutivos -integrado los intermediarios, ejecutivos y empresas cotizadas- responsable de los aspectos operativos del mercado y cuyos miembros en número de 20 serán elegidos por el consejo de administración.
Los cambios incluyen también la modificación de la frecuencia de las elecciones de los miembros del consejo de administración, que pasa a ser anual, y del número de sus vocales, que no deberán superar los 12 ni ser menos de seis.
Uno de los aspectos de la propuesta que más llama la atención es la ubicación de la regulación y supervisión de la Bolsa. En contra de lo que cabría haber esperado -y posiblemente en contra de lo que la SEC hubiese preferido- esta importante función sigue vinculada al órgano de gobierno de la Bolsa y no adquiere estatuto independiente como demandan las críticas que la operativa bursátil está recibiendo. Bien es verdad que el jefe de la unidad de supervisión no deberá reportar directamente al presidente de la Bolsa; pero no será fácil que pueda convivir con él si se empeña en poner en evidencia un escándalo tras otro.
En definitiva, la Bolsa de Nueva York ha decidido dejar de hacer bueno lo de en 'casa del herrero cuchillo de palo' y ha puesto en sintonía sus prácticas de gobierno corporativo con las que exige a las empresas que cotizan en ella. Ahora falta que el nuevo órgano de gobierno haga buen uso de su independencia y la emplee para mejorar el trato que reciben los clientes de la Bolsa.