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El pulso Exterior

La hora de Marruecos

Superado ya aparentemente el esperpéntico incidente de la isla de Perejil, que culminó en un largo periodo de desencuentros entre Madrid y Rabat, la anunciada reunión de alto nivel entre el presidente del Gobierno español, José María Aznar, y el primer ministro marroquí, Driss Jettu, los próximos 8 y 9 de diciembre en Rabat, constituye un paso fundamental para la normalización de unas relaciones que constituyen una prioridad de la política exterior de ambos países y que en el caso de España suponen, además, una necesidad irrenunciable por razones de seguridad, sociales y de intereses económicos, extensivas a la Unión Europea en su conjunto.

Marruecos es el primer socio comercial de España en África y nuestro décimo cliente mundial, con unos intercambios cuya solidez no se vio debilitada ni en los momentos más duros del conflicto del islote. Al contrario, a pesar de las tensiones diplomáticas, las exportaciones españolas al país magrebí crecieron el 12% en 2002, más del doble del conjunto de las ventas exteriores española ese año, y en los siete primeros meses de 2003 acumulan ya un valor 1.128,6 millones de euros, con un aumento interanual siete veces superior a la exportación total.

En Marruecos están instalada también más de 800 empresas españolas y las inversiones acumuladas durante los últimos cinco años es superior a 240 millones de euros, cifra que sitúa a España como el segundo inversor extranjero en el reino magrebí, después de Francia.

Paralelamente, en Rabat existe un enorme interés por la participación de España en el ambicioso programa emprendido para industrializar todas la regiones del norte del territorio marroquí, al que se une la candidatura de Marruecos para organizar la fase final de la Copa del Mundo de Fútbol que exigirá invertir 2.150 millones de euros sólo en infraestructuras relacionadas con este acontecimiento deportivo. Ambos proyectos no sólo deben contribuir a reducir la desigualdad económica entre ambos vecinos del Mediterráneo, sino que pueden ser un elemento clave para frenar la inmigración ilegal hacia Europa de magrebíes y subsaharianos, que constituye uno de los escollos permanentes en las relaciones bilaterales.

Es en este punto donde los intereses económicos entroncan con las políticas de seguridad, dado que son precisamente los altos niveles de pobreza y las desigualdades sociales los gérmenes que alimentan en Marruecos la inmigración ilegal y los brotes de integrismo.

Frente al fenómeno integrista, el primer ministro Jettu ha asumido un compromiso en favor de la modernización de Marruecos, con iniciativas contestadas desde los sectores más radicales que, ahora más que nunca, deben ser respaldadas por la UE para evitar un cambio de prioridades que podría ser catastrófico para Occidente y evitar que se repitan atentados como el de la pasada primavera en Casablanca. En definitiva, se trata de elevar a nivel político la solidez de las relaciones empresariales y la anunciada cumbre de diciembre parece el escenario ideal para lograr ese objetivo.

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