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Columna
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Iniciativa de la UE

El Consejo Europeo creyó ver el pasado 17 de octubre signos de recuperación económica. Pero, después de un año de estagnación, ni los más optimistas creen que el crecimiento en 2004 llegue a la mitad del previsto para EE UU, un 3,9%. Dada la debilidad de la demanda interna, sólo un crecimiento de las exportaciones podría justificar el obligado optimismo de Bruselas. Pero si la revalorización del euro sigue, el diferencial de crecimiento con EE UU puede ser todavía mayor. Por ello, además de las habituales invocaciones a las reformas estructurales, el Consejo aprobó una Iniciativa de Crecimiento basada en el impulso a las redes europeas de transporte, energía y telecomunicaciones.

La música nos suena porque la venimos oyendo desde los tiempos de Delors. Parece que esta vez la cosa va más en serio, aunque el problema clave de la financiación no esté resuelto. Declarar la iniciativa compatible con el Pacto de Estabilidad no es decir gran cosa dado el estado en el que se encuentra dicho pacto. Y está por ver en qué se concretarán las apelaciones al BEI o a la iniciativa privada. De momento, el BEI ha anunciado que puede dedicar, en el horizonte 2010, 50.000 millones de euros a los proyectos de infraestructuras y otros 40.000 a iniciativas de investigación y desarrollo. Estas cantidades no serán suficientes y por eso el BEI pide que la UE triplique su aportación actual a los proyectos transfronterizos. Prodi bien quisiera pero a ello se oponen los mismos Estados que han lanzado la iniciativa. Y es dudoso que se pueda atraer capital privado a los proyectos transfronterizos de transporte ferroviario y fluvial a los que se quiere dar prioridad. La experiencia del tren de alta velocidad Barcelona-Francia es bastante relevante al respecto.

Pero de alguna manera tendrá Europa que potenciar su demanda interna. No todo se puede fiar al incremento de las exportaciones. Primero porque, dado que las exportaciones de unos son las importaciones de los demás, todo el mundo no puede pretender exportar más a la vez; y segundo, porque la devaluación del dólar es la única forma de corregir el desequilibrio de la economía americana sin que explote la burbuja del endeudamiento de sus consumidores.

El impulso de las redes europeas de transporte va esta vez más en serio, pero no está resuelta la financiación

En realidad, el comportamiento del consumo privado es una de las grandes diferencias entre las economías americana y europea. En EE UU todos los instrumentos de la política económica han contribuido a que el consumo se mantenga a pesar de la caída de la Bolsa, los escándalos financieros, los atentados del 11-S y la guerra de Irak. Los tipos están en el nivel más bajo del último medio siglo y Bush ha distribuido poder de compra, sobre todo a los más ricos, con rebajas masivas de impuestos y un déficit publico que ronda ya el 5 % del PIB. Pero para mantener su ritmo de consumo las familias americanas han elevado su endeudamiento por encima del 100% de su renta disponible, cuando en Europa estamos muy preocupados porque se sitúa en torno al 60%.

Es evidente que esta situación no puede durar indefinidamente. Aquí hablamos de burbujas inmobiliarias cuya explosión se teme, pero la gran burbuja es la del consumo de los norteamericanos basado en su creciente endeudamiento. En Europa la persistente debilidad del consumo de las familias se explica por la preocupante situación del empleo y de las Haciendas públicas que obligan a recortar los sistemas de protección social, como está ocurriendo en Alemania.

Tras la reforma de la sanidad y del mercado de trabajo, todavía en el Bundesrat, Schröder ha congelado las pensiones, mientras se decide su reforma. La alternativa hubiese sido aumentar las cotizaciones que representan ya casi el 20% del salario bruto. Es lo que proponía, desde la oposición, el Partido Socialista francés. Pero el canciller alemán, desde el poder, ha preferido evitar una medida que los empresarios consideraban muy negativa para el crecimiento. Ante una creciente incertidumbre, los europeos prefieren ahorrar a consumir y ese ahorro de precaución no alimenta el circuito ni estimula la inversión privada. Tampoco hay nada nuevo en ello, ya nos lo advirtió Keynes en otras circunstancias históricas más revueltas.

Por eso es una buena noticia que en Bruselas hayan aceptado al menos la necesidad de impulsar un plan de inversiones en infraestructuras. En diciembre veremos en qué se concreta.

Diputado por Barcelona (PSC-PSOE) y presidente de la Comisión Mixta Congreso Senado para la UE

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