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Columna
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Sigue el ajuste iraquí

El tiempo está corriendo de una manera vertiginosa en los intentos de unos y otros para rehacer su posición estratégica respecto al futuro de Irak y de toda la región de Oriente Próximo. Los vencedores continúan en sus esfuerzos para legitimar a posteriori los resultados de una guerra que, sin duda, es la primera guerra preventiva o anticipatoria del siglo XXI; los que se opusieron a la guerra intentan adaptarse a la nueva realidad manteniendo un difícil equilibrio: garantizarle a EE UU la unanimidad en las Naciones Unidas, pero evitando asumir ningún tipo de responsabilidad política o material en la gestión de la posguerra.

Entretanto siguen los intentos del Gobierno Sharon, bien acompañado por una parte de la Administración Bush, de precipitar una crisis regional con la presunta finalidad de involucrar en primer lugar a Siria y posteriormente a su gran objetivo estratégico, Irán.

Este riesgo ha sido objeto de un vigoroso y brillante ejercicio de cortocircuito diplomático interpretado por Alemania, Francia y el Reino Unido que han obtenido un compromiso de las autoridades iraníes sobre el delicado tema del programa nuclear iraní.

Lo único que sabemos de cierto es que Aznar quiere que George Bush vuelva a ganar las elecciones

EE UU se han vistos obligados a reconocer el éxito de Fischer, Villepin y Straw, los ministros de Asuntos Exteriores de los países citados, en un caluroso comunicado oficial. Poco, muy poco, del lado del Gobierno israelí que, ademas, con la visita del ministro del Interior a la explanada de las mezquitas en Jerusalén ha confirmado que la Hoja de Ruta está enterrada y la construcción del muro que rodeará el futuro batustán palestino se terminará a pesar del rechazo abrumadoramente mayoritario de la Asamblea General de Naciones Unidas.

El movimiento de ajuste más interesante lo está interpretando esa admirable diplomacia que se llama Foreing Office. El primer ministro Blair no dudó en acudir a la cita de Berlín para reunirse con los más contumaces adversarios a la guerra, Chirac y Schröder, para ponerse de acuerdo en las líneas maestras de la futura Constitución europea y, sobre todo, comprometerse en el futuro de la defensa europea. De este modo, Blair recuperaba un respiro de autonomía y de imagen respecto a Estados Unidos.

Este primer movimiento se concretaba más tarde con la incorporación del Reino Unido en la negociación con las autoridades iraníes para hacerles comprender la necesidad de aceptar el control internacional sobre su programa nuclear.

Es admirable esta capacidad de adaptación de la diplomacia británica y el feeling político del primer ministro Blair: había que demostrar con datos contundentes que se sigue perteneciendo al núcleo duro dentro de la Unión Europea: tengo, pues, que estar en Berlín y negociar con franceses y alemanes.

Cara a la opinión publica británica había que poner en evidencia que el Reino Unido sigue teniendo su propia política exterior en Oriente Próximo: tengo, pues, que participar con franceses y alemanes en la negociación con los iraníes. Vemos, pues, que el ajuste en las posiciones de los distintos actores avanza, al menos en la Unión Europea y se percibe cada vez más la ruptura interna en la Administración de los EE UU respecto a cómo encarar el futuro de la posguerra y, sobre todo, cómo controlar el impacto de la situación iraquí en las próximas elecciones.

¿Y nuestro Gobierno? Parecía que se había cumplido el destino manifiesto de convertirnos en un país grande entre los grandes. Pero la 'España grande y libre' de José María Aznar no estuvo en la reunión de Berlín. Tampoco nuestra ministra De Palacio participó en la negociación junto con sus colegas europeos. Parecía que Tony Blair no se permitiría acudir a la cita de Berlín sin la participación de su compañero de las Azores.

Tampoco que el ministro Straw osara viajar a Teherán con la extraña compañía de Fischer y Villepin sin que nuestra ministra De Palacio estuviera en primera línea.

Mientras, parece que todos se adaptan, son flexibles y negocian lo único que sabemos de cierto es que Aznar quiere que Bush vuelva a ganar las elecciones. ¿Se imaginan si gana un demócrata?

Portavoz de Asuntos Exteriores del Grupo Socialista en el Congreso

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