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Columna
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Una conferencia de autodonantes

Antonio Gutiérrez Vegara

Hoy comienza en Madrid la Conferencia de Donantes para la Reconstrucción de Irak sin haberse aclarado la naturaleza de las donaciones ni los criterios para gestionarlas. Sólo se sabe que son clamorosamente insuficientes para atender a las necesidades del pueblo iraquí y que irán destinadas a infraestructuras del petróleo y a seguridad.

De poco ha servido el esfuerzo realizado el jueves de la semana pasada por todos los países que componen el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que dieron su consenso a la resolución 1.511, con la que se reconoce a los ocupantes, aunque no se legitimara la guerra que desencadenaron al margen de la legalidad internacional como ha pretendido interpretarla el presidente del Gobierno español.

Se llegó a creer por un momento que aquel consenso se vería correspondido con una mejor disposición del Gobierno de Washington a recomponer el multilateralismo en la Conferencia de Donantes, reforzando a su vez el papel de la Organización de las Naciones Unidas en el proceso de normalización de Irak.

Pero la Administración estadounidense, por boca de la consejera de seguridad, Condoleezza Rice, ya ha sentenciado que sus aportaciones no pasarán por el filtro de la agencia independiente de nueva creación para canalizar y administrar los recursos destinados a Irak.

La consejera de Seguridad Nacional nombrada por Bush ha limitado el papel del citado organismo al de 'vehículo para los donantes pequeños y medianos', tras garantizar que no amenazará los grandes contratos de las empresas norteamericanas.

Con tales posiciones de entrada es comprensible la renuencia de Francia y Alemania a participar directamente (lo hacen a través de la Comisión Europea) en el tinglado y que manden a Madrid delegaciones de segundo nivel.

Tampoco cabe extrañarse de que los fondos hasta el momento comprometidos sean tan escasos cuando, además de una gestión sin garantías de participación y transparencia, los dos grandes fines ya tienen beneficiarios aventajados, la compañías norteamericanas Bechtel y Halliburton en el campo de las infraestructuras y de la explotación petrolífera, respectivamente. Y la seguridad de la que se habla no va mucho más allá de la que concierne a las tropas ocupantes y a la protección de las actividades de los inversores.

No serán, pues, los organismos internacionales los que marquen las prioridades de reconstrucción y menos aún los propios iraquíes despojados de su soberanía, antes por Sadam Husein y ahora por la Autoridad Provisional designada desde la Casa Blanca.

De los 20.000 millones de dólares que aportarán los Estados Unidos, la mitad serán concedidos como préstamo y es de suponer que los demás donantes harán lo propio en proporciones semejantes dentro de sus muy inferiores dotaciones, lo que aumentará el peso de la principal losa que impide la recuperación de la economía de Irak, su deuda externa. Esta se eleva ya a 350.000 millones de dólares, 200.000 millones de los cuales van al fondo de compensación para Kuwait, donde priman también los intereses norteamericanos.

Sin embargo, este capítulo de la deuda externa, crucial para el futuro de Irak, no está en la agenda de la Conferencia de Donantes; aunque uno de los grandes argumentos esgrimidos en su día para invadir el país fuese el carácter tiránico del régimen de Bagdad, que podría ser tenido en cuenta ahora para considerar, de acuerdo con el Derecho internacional, que la deuda generada por la dictadura de Sadam se utilizó para financiar actividades contrarias al bienestar de la población.

Paradójicamente, quienes se erigieron en libertadores del pueblo iraquí les condenan a seguir pagando las consecuencias de las tropelías de su dictador.

Poco trigo obtendrán las gentes de Irak de cuanto se predique hoy y mañana en Madrid, serán los donantes los que se darán a sí mismos los medios para optimizar los rendimientos de sus 'donaciones'.

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