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Columna
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Dos apuntes sobre la actualidad

Raimundo Ortega analiza la polémica suscitada entre Madrid y Berlín a causa de las ayudas de la Unión Europea. El autor afirma que Alemania, a lo largo de su historia, ha recibido más fondos que España

El amable lector disculpará que este breve artículo se dedique a glosar dos asuntos de actualidad en lugar de analizar detenidamente, como es costumbre, algún asunto de mayor relevancia. El primero de ellos se refiere a la destemplada reacción del canciller Schröder a las críticas de su colega español respecto al estado de las finanzas públicas germanas. Esa reacción se resumen en la acusación de que el déficit alemán se debe a las aportaciones a la UE, de las cuales se beneficia España, que así puede presumir de un déficit cero.

No es tan sencilla la cuestión. España recibe de la Unión Europea (UE) más de lo que aporta -8.347 millones de euros en 2002- pero esas aportaciones van destinadas a finalidades muy concretas -véanse las cifras y su desglose para el periodo 1993-2002, en el cuadro III.32 de las cuentas financieras publicadas este verano por el Banco de España-. O sea, que no reducen nuestro déficit salvo en la medida que nuestras Administraciones públicas decidiesen efectuar esos gastos incluso sin contar con la financiación europea.

Es también cierto que Alemania es el mayor contribuyente neto a la UE, pero no lo es menos que a lo largo de su historia ha recibido, incluyendo los préstamos del Banco Europeo, más fondos que España y, además, que en el pasado el papel central de su economía y del marco se tradujeron en que sus socios tuvieran que sufrir en ocasiones las consecuencias indeseadas de la política económica dictada desde Bonn o Fráncfort -tal fue el caso de los costes de la unificación alemana-. No estaría, pues, de más que los grandes dirigentes hiciesen gala de mayor prudencia y conocimiento de lo que hablan a la hora de enfrascarse en tan inútiles polémicas.

Los dirigentes políticos europeos deberían rehuir polémicas estériles y concentrarse en la productividad de sus economías

El creciente desfase de la productividad europea frente a la estadounidense -y aún más de la española- es un motivo de preocupación que no suele mencionarse con la atención y la frecuencia debidas. En los ocho años transcurridos entre 1995 y 2002, la productividad, excluido el sector agrícola, creció en EE UU a un ritmo anual del 2,2% frente a un 1,35% en la Unión Europea; pero en el trienio 2000-2002 -es decir, en plena depresión- la productividad americana aceleró su tasa de crecimiento anual al 2,5% mientras que los europeos redujimos la nuestra al 0,8%.

Varias razones parecen explicar esa menor productividad europea; razones que van desde las rigideces en los mercados laboral y de productos y servicios, a la incorporación masiva de mano de obra menos cualificada, pasando por la más elevada relación capital/trabajo debida a los superiores costes laborales unitarios.

En el caso español -el que más nos interesa-, se ha comentado repetidamente la necesidad de incrementar la eficiencia productiva de nuestras empresas promoviendo una mayor difusión y absorción del progreso técnico y una fuerte mejora de la capacitación del capital humano, sobre todo teniendo presente que la ampliación de la UE supondrá un reto muy difícil para los sectores de tecnología media y media-alta, en los cuales la industria española ha tendido a especializarse en el último lustro. El último Informe Anual del Banco de España señalaba cómo la fuerte inversión y difusión de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) a partir de 1992 había contribuido notablemente al crecimiento del producto y de la productividad del trabajo en nuestro país; especialmente en los sectores englobados en lo que se conoce como servicios de mercado, en los que la contribución del capital TIC al crecimiento del valor añadido representó 0,42 puntos porcentuales entre 1997-2001, frente a 0,17 en el lustro 1992-1996.

Pero es más, las conclusiones de un trabajo de J. David López-Salido, publicado en julio-agosto de 2003 en el Boletín económico del Banco de España, sostienen que el progreso técnico incorporado al capital reduce la destrucción de puestos de trabajo y activa los aumentos en la creación de empleo.

Así lo demuestra el que durante el periodo 1994-2000, el progreso técnico incorporado en la adquisición de bienes de equipo explica más del 60% del ritmo de incremento de la productividad del trabajo. La receta es clara: la inversión en tecnologías innovadoras es la herramienta más eficaz para asegurar el progreso económico.

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