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Columna
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Jugar con fuego

David Vegara considera que la política cambiaria estadounidense no afronta los problemas reales de su economía. El autor critica la intención del Gobierno de Bush de desviar la atención pública hacia otras cuestiones

David Vegara es director general de Intermoney dvegara@grupocimd.com

Ante los problemas de la economía estadounidense y con las elecciones presidenciales a poco más de un año, la Administración Bush persiste en la búsqueda de enemigos externos que justifiquen tanto medidas políticas como económicas y eviten centrar la atención de la opinión pública en otras cuestiones. En el plano político, mientras siguen sin encontrarse armas de destrucción masiva en Irak, crece la preocupación por la aparente filtración desde la Casa Blanca del nombre de un espía de la CIA y el problema nuclear norcoreano pasa a la lista de temas pendientes, la necesidad de mantener cierta tensión en la agenda hace apuntar a Irán como siguiente 'problema' a afrontar. Pero la presión en el ámbito político no parece suficiente para contentar del todo a la opinión pública estadounidense, inmersa en una de las recesiones más light en términos de crecimiento pero que ve cómo, por tercer año consecutivo, se destruye empleo (2,5 millones de empleos desde marzo de 2001). A eso se añade la creciente preocupación por el déficit por cuenta corriente de EE UU (cercano al 5% del PIB).

Hay que encontrar un culpable de esta situación y China es un candidato ideal. La percepción de que el país asiático inunda los mercados estadounidenses con sus productos manufacturados, aprovechándose de un tipo de cambio infravalorado que mantiene fijo con el dólar gracias a controles de cambio y de que eso destruye el empleo en EE UU parece cada vez más extendida. Tanto el Congreso como el Senado han empezado a discutir posibles represalias por este comportamiento 'desleal'.

La solución es aparentemente fácil, al menos desde la perspectiva que está transmitiendo la Administración Bush: hay que forzar al Gobierno chino y, por una extraña asociación, al resto de los países asiáticos a apreciar sus divisas frente al dólar, esquema del que tampoco se escapa el euro. Así, la depreciación del dólar permitirá corregir el abultado déficit por cuenta corriente al incrementarse las exportaciones, lo que además generará empleo industrial.

Los riesgos a medio plazo son muy elevados en EE UU y es dudoso que se hayan calibrado correctamente sus consecuencias potenciales

Sólo desde esta perspectiva se entiende que el reciente comunicado del G-7 enfatizara que 'es deseable una mayor flexibilidad en los tipos de cambio para los principales países o zonas económicas con el fin de promover ajustes suaves y generalizados en el sistema financiero, basados en mecanismos de mercado', a lo que hay que añadir las declaraciones posteriores del Secretario del Tesoro estadounidense, el señor Snow, afirmando que el comunicado suponía un cambio 'sustancial' en la visión del G-7 (se entiende que respecto a posiciones anteriores).

Las consecuencias son conocidas: el yen y el euro se han apreciado cerca de un 5% y las expectativas de que un dólar débil dificulte las exportaciones japonesas y europeas y quiebre la posible recuperación de dichas economías afectaron gravemente a la cotización de sus Bolsas. Al mismo tiempo, los tipos a largo plazo no han sufrido modificaciones importantes en EE UU, cotizando el tipo a diez años alrededor del 4%. Este es un punto fundamental, puesto que si, como consecuencia de una depreciación rápida y desordenada del dólar, los tipos de interés aumentaran, los efectos negativos podrían ser importantes en un contexto de alto endeudamiento de las familias y las empresas y de un déficit público creciente que hay que financiar. Por tanto, el balance post-G-7 no sería malo para Snow: se deprecia la divisa sin que haya impacto sobre los tipos a largo plazo. Objectif acompli.

Y, sin embargo, los riesgos a medio plazo de esta política son muy elevados, y es dudoso que se hayan calibrado correctamente sus consecuencias potenciales. En primer lugar, pensar que un desequilibrio como el de la cuenta corriente norteamericana se corregirá exclusivamente por la vía del tipo de cambio es un sinsentido, puesto que el ajuste de la divisa debería ser de tal magnitud que puede decirse que habría riesgos de poner en peligro el sistema financiero mundial, por no hablar de la posibilidades de recuperación en Japón y la UE. Por otro lado, necesariamente llegaría un punto en que disminuyera la demanda de instrumentos financieros denominados en dólares de los no residentes, los que financian el desequilibrio, lo que forzaría un aumento de los tipos de interés a medio y largo plazo en EE UU, es decir de los que no están directamente controlados por la Reserva Federal.

Y, considerando que es precisamente la capacidad que ha tenido el país de mantener los tipos de interés reducidos, junto con una política fiscal extremadamente agresiva, lo que ha permitido mantener el crecimiento del consumo en tasas elevadas con la inversión sigue sin recuperarse, los efectos negativos sobre el crecimiento podrían no ser compensados por la depreciación del dólar.

La Administración Bush debería preguntarse si con esta apuesta no está jugando con fuego y si no sería más razonable apuntar a una cierta coordinación para intentar que los ajustes, que necesariamente vendrán por un descenso del dólar y una tendencia al alza en los tipos de interés, se produjeran de forma ordenada.

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