Heidelberg, la Alemania romántica
En pocos lugares adquiere esta estación del año una calidad plástica tan exaltada como en el valle del Neckar. Allí, en la universitaria Heidelberg, se fraguó en buena medida el romanticismo alemán
C
amino de su abrazo con el padre Rin, el río Neckar riega y vertebra uno de los valles más bucólicos y heroicos de Alemania. Casi cada pueblo o ciudad de dicho corredor está presidido por un castillo medieval. Eso explica que, a pie o en vehículo, los caminos se esponjen de peregrinos que recorren la Burgenstrasse o ruta de los castillos. Sobre todo en el otoño. Los tonos que entonces consiguen los bosques parecen más propios de una paleta expresionista que de la simple naturaleza: los ocres y amarillos se encienden en naranjas y rojos de fuego, convirtiendo el paisaje en una hoguera vegetal, muelle y nostálgica.
Nada tiene de extraño, pues, que esa blandura forestal y paisajística haya dado cobijo a buena parte del romanticismo alemán. Y hablamos en este caso del romanticismo como movimiento literario concreto, o mejor, como inquietud cultural que incluye otros aspectos, como el musical. En las universidades de Heidelberg y Tubinga, ambas a orillas del Neckar, cercanas, se formaron muchos talentos germanos. Goethe se enamoró perdidamente en las callejas de Heidelberg, y Uhland pulía versos en su casa de Tubinga. El más romántico de los compositores alemanes, Robert Schumann, estudió en Heidelberg, y Carl Maria von Weber, padre de la ópera romántica alemana, escribió en esa ciudad su Cazador furtivo (Der Freischütz).
El castillo que vigila desde el casco viejo ya estaba en ruinas cuando los músicos y escritores románticos fueron seducidos por estos parajes
La universidad es, sin duda, lo que ha dado a Heidelberg una fama que excede en mucho a sus medidas (la ciudad cuenta apenas con 140.000 vecinos). La Universidad Vieja (Alte Universität) fue levantada en 1386, si bien se rehízo por entero en el siglo XVIII, al tiempo que se levantaban otros edificios, como la Universidad Nueva, o la Cárcel de Estudiantes, ya que aquí fue la propia universidad la encargada de velar por los desmanes del gremio estudiantil. Tenían razones para ello; algunas costumbres académicas estaban en pugna con la ley. Por ejemplo, el rito iniciático de la mensura: cada novato tenía que batirse en duelo con un veterano hasta derramar la primera sangre. Un corte o cicatriz en el rostro era sello de por vida. El duelo acabó estando prohibido y castigado, pero siguió (sigue) la costumbre, y el estudiante marcado se enfrenta casi siempre a un tribunal cuyos togados lucen antiguas y espléndidas mensuras.
En las tabernas y garitos de las calles ribereñas del Neckar puede verse todavía a la tropa estudiantil ejercitando algunos de sus ritos irrenunciables, como los campeonatos de ingesta de cerveza. En contrapartida, hay que admitir que la vida intelectual de la ciudad es muy activa, abundan los teatros, los conciertos y exposiciones. Por lo demás, la propia estampa de Heidelberg es puro romanticismo. El castillo que vigila desde lo alto la Altstadt o casco viejo ya estaba en ruinas cuando los músicos y escritores románticos fueron seducidos por estos parajes. Ahora, tras algunos apaños, se puede visitar un museo y unas bodegas, pero las ruinas mantienen sus nostálgicas heridas. Recuerdan la agitada biografía de Heidelberg, destruida tras la Guerra de los Treinta Años y rehecha como urbe barroca en el siglo XVIII.
Poco queda anterior a esa reconstrucción: la iglesia gótica del Espíritu Santo, en la plaza mayor o Marktplatz, o el renaciente Hotel zum Ritter, en la Hauptstrasse o calle mayor. El Museo del Palatinado o la iglesia gótica de San Pedro, la más vetusta, merecen una visita antes de salir por la Puerta de Carl Theodor y el Puente Viejo hasta dar con el Schlangenweg (Camino de las Serpientes) en la otra orilla, un sendero que serpentea entre viñedos y asciende hasta el Philosophenweg (Paseo de los Filósofos) y el monumento a Hölderlin, el mayor de los poetas románticos alemanes. Desde allí la visión de Heidelberg es grandiosa y dulce a la vez, como cumple: puro romanticismo.
Localización
Cómo ir. Lufthansa (902 220 101) tiene cinco vuelos diarios desde Madrid a Fráncfort; la tarifa más económica es de 315 euros más tasas de aeropuerto. Desde Fráncfort hay fácil y rápido acceso a Heidelberg tanto por carretera como en ferrocarril; el viaje en ambos casos dura alrededor de una hora. Por carretera, Heidelberg se encuentra a unos 15 minutos desde Manheim por la A-656, que es un nexo importante en el sistema de autopistas de esa parte de Alemania.Dormir. Romantik Hotel zum Ritter St. Georg (Hauptstrasse 178, teléfono 06221 1350, www.ritter-heidelberg.de), situado en pleno centro, es el único edificio renacentista que queda en pie en la ciudad, y por dentro, aunque naturalmente muy renovado, el ambiente sigue siendo elegante y acogedor; también resultan muy evocadores los dos restaurantes, el Belier o el Ritterstube. Hotel Hirschgasse (Hirschgasse, 3, teléfono 06221 4540, www.hirschgasse.de) es otro de los históricos de la ciudad (de 1472), y está al otro lado del río, frente a la Karlstor. La Mensurstube es la antigua taberna donde se reunían los estudiantes para planear o realizar el rito de la mensura, y Mark Twain la menciona en Un vagabundo en el extranjero.Comer. Simplicissimus (Ingrimstrasse, 16, 06221 183336) es uno de los clásicos de la ciudad para las cenas, bien en su elegante interior estilo jugendstil o bien en el patio interior, comida creativa con ecos afrancesados. Zum Roten Ochsen (Haupstrasse 217, 06221 20977) es una de las viejas tabernas estudiantiles, quizá la más afamada, con toscas mesas de roble en las que han comido Bismarck, Mark Twain y muchos famosos (hay la costumbre de que los visitantes graben sus iniciales en los bancos); comida popular, tipo goulasch o las enormes salchichas alemanas.