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Columna
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La elegancia y el esperpento

Jordi de Juan i Casadevall considera que la renuncia de José María Aznar a presentarse de nuevo a las elecciones como candidato a la presidencia del Gobierno supone cumplir un compromiso político, no una exigencia constitucional

Vienen tiempos de tribulación electoral y, por tanto, de calentura en la temperatura política de este país. Con tres citas electorales en el horizonte inmediato -las autonómicas de Madrid y de Cataluña, y las generales del 2004-, el nerviosismo empieza a hacer mella en algunos.

El esperpento más desacarnado aparece, cual convidado de piedra, en la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid, donde el PSOE no sabe cómo maquillar su monumental error in eligendo al confeccionar las listas de la Asamblea; o en la Federación Socialista Madrileña (FSM) en la que una destacada dirigente ha tenido que dimitr por su disconformidad con la gestión de la crisis madrileña mientras invita a su portavoz parlamentario a afiliarse a IU, o en las desafortunadas declaraciones del último ex presidente del Gobierno, diciendo que no quiere volver al Congreso a apretar un botón. ¡Qué poca elegancia!

Y es que hay que saber marcharse, y hacerlo con elegancia, con generosidad y con sentido de Estado. Y éstos no han sido, precisamente, los atributos que han adornado las últimas declaraciones del señor González.

Como dice el señor González, los partidos con problemas no ganan elecciones

Pero, mientras el señor González no acaba de marcharse -ahora parece que definitivamente se va porque no le queda más remedio-, el actual presidente del Gobierno sí ha dado una lección de elegancia política, generosidad y altura de miras. Ha cumplido un compromiso político que nacía de una convicción personal, no de una exigencia constitucional, de no permanecer más de dos mandatos consecutivos al frente del Gobierno de la Nación.

Los que hemos hecho del Derecho nuestra profesión, y de la política nuestra vocación, sabemos que en nuestro sistema constitucional no rige la regla del doble mandato. Es propia de los sistemas presidencialistas, como el que diseña la Constitución americana, y extraña a los regímenes parlamentarios, como el de la Constitución española, en la que los mandatos presidenciales no conocen otra limitación que la que resulta de la mayoría parlamentaria, es decir, de la voluntad de las urnas.

Fue George Washington, obsesionado por limitar el poder del Gobierno y conseguir un esquema institucional de equilibrios o check and balances, quien incorporó como costumbre constitucional la regla del doble mandato. Y esta práctica política, tan aconsejable para los sistemas presidencialistas, se sancionó definitivamente tras la presidencia del segundo Roosevelt como enmienda constitucional.

El presidente Aznar, desde un punto de vista constitucional, no tenía por qué renunciar a un tercer mandato. De hecho no hay muchos precedentes en Europa de presidentes que abandonen el poder en el cénit de su carrera política, con una holgada mayoría parlamentaria, y con la expectativa razonable de volver a ganar las elecciones.

Porque tal y como está el patio se adivina, por colapso, el inminente marasmo socialista en las próximas elecciones generales. Una lección de generosidad que nace de la convicción íntima de que no es bueno prolongar los mandatos más de ocho años. Y una lección de generosidad que nace también del respeto a la palabra dada. Decía Ortega que la palabra es un sacramento de difícil administración. Para algunos, como el señor González, era de fácil profanación. No para el presidente Aznar.

La designación del nuevo candidato a la presidencia se ha realizado con estricta sujeción a la legalidad estatutaria del partido. Siguiendo el procedimiento marcado por los estatutos aprobados por el Congreso del PP, órgano soberano del partido.

Lamento la esperpéntica declaración del señor González comparando al PP con el PRI. El PRI era el partido de la corrupción y -se confundió de partitura-, en España la patente en esta espuria materia la ostenta otro partido. Quizá el mismo partido que organizó unas primarias para designar candidato a la presidencia del Gobierno y no permitió al candidato vencedor afrontar ese reto electoral.

Mariano Rajoy, cuya elegancia política es exquisita, es un excelente candidato, con una amplia experiencia de gobierno en las no pocas responsabilidades que ha ejercido y que sabrá dar continuidad al proyecto centrista del PP. No abrigo dudas de que será el próximo presidente del Gobierno, y lo será con el apoyo de un partido cohesionado y de todos los líderes del PP que han sido, son y seguirán siendo un importante activo de este proyecto colectivo.

Representa, y eso se lo podemos decir a un registrador de la propiedad, el tracto sucesivo en el historial registral del partido, una nueva inscripción amparada en justo título que abrirá una nueva etapa de gobierno. Y es que, como dice el señor González, los partidos con problemas no ganan elecciones.

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