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Columna
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A vueltas con la productividad

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay destaca el retraso de la economía española en términos de productividad. El autor advierte contra los entusiasmos oficiales y señala que la tendencia ofrece razones para preocuparse

La OCDE acaba de revisar las previsiones de crecimiento para la zona euro y ha dejado la estimación en un 0,5%, medio punto menos de lo estimado en abril. Con los datos del segundo trimestre, Francia, Bélgica y Dinamarca se unen a Alemania, Holanda e Italia, que ya han registrado dos periodos consecutivos de descenso intertrimestral de su PIB.

De estos datos surge la penosa estimación de la Comisión, que sitúa ya en términos negativos la evolución de la economía europea en el segundo trimestre, a la espera de lo que arrojen los datos del tercer trimestre. Mientras tanto, la evolución de la economía estadounidense, con sus reconocidas hipotecas e incertidumbres, parece avanzar por la senda de la consolidación en torno a un 2,5% de crecimiento medio anual.

En este marco no es de extrañar que los recientes datos de la contabilidad trimestral española hayan hecho aflorar indisimulados optimismos oficiales, muy en armonía con las necesidades políticas del partido gobernante en el momento de abordar las previsiones sucesorias. No en vano el crecimiento español, de acuerdo con los datos del INE, parecía acelerarse ligeramente sobre el trimestre anterior y el diferencial de crecimiento con la UE se ampliaba hasta el 1,9%.

La referencia a los buenos resultados en la creación de empleo no puede servir de consuelo. El crecimiento está menos ligado de lo deseable al sector tecnológico

En esta ocasión ha sido la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la que ha enfriado los entusiasmos oficiales mediante el recuerdo del más que modesto resultado alcanzado por la evolución de la productividad, singularmente en los últimos años de feliz gobernación .

Según los indicadores clave del mercado de trabajo (ICMT) publicados por la OIT, la productividad por persona empleada en EE UU creció en los últimos siete años (1985-2002) a una tasa del 2,2%, casi el doble que la UE (1,2%) y Japón (1,1%). En ese marco, el comportamiento de la economía española es cualquier cosa menos satisfactorio, de acuerdo con esta misma fuente: el crecimiento de la productividad habría sido negativo en -0,1% durante el último año y en un promedio de -0,4% a lo largo de los últimos siete años.

El excelente comportamiento relativo de la economía americana en comparación con las demás se explica por una excepcional tasa de crecimiento, muy superior a la europea, resultado -entre otras cosas- del desarrollo y utilización de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC).

Para interpretar la evolución de la productividad por persona ocupada el número de horas trabajadas tiene su importancia. Varios países europeos, como Noruega, Francia y Bélgica, se sitúan por delante de EE UU en productividad por hora trabajada, lo que nos lleva a explicar la mejor productividad por ocupado de EE UU como resultado parcial del elevado número de horas de trabajo practicadas en aquel país.

Téngase en cuenta que aunque las horas trabajadas en EE UU han disminuido anualmente desde el año 2000, reduciéndose de 1.834 en 2000 a 1.815 en 2002, durante el mismo periodo se registraron descensos más notables en Noruega (de 1.380 a 1.342), Suecia (de 1.625 a 1.581), Francia (de 1.587 a 1.545), Irlanda (de 1.690 a 1.668) y Alemania (de 1.463 a 1.444), países todos ellos con un promedio de horas de trabajo muy inferior al americano como salta a la vista.

Las cifras españolas se sitúan en niveles medios muy próximos a los de EE UU, en torno a las 1.800 horas de promedio. De todos modos, la cercanía española a los países con mayor número de horas trabajadas por empleado no conduce a mejorar el índice medio de productividad por empleado, tan notoriamente bajo. Como es conocido, nuestro país tiene una productividad media (por persona ocupada) que se sitúa en el tercer lugar empezando por la cola de la UE, tras Grecia y Portugal, lo que equivale aproximadamente al 65% de la productividad americana y al 76% de la francesa.

Hay, pues, muy buenas razones para preocuparse no sólo del nivel absoluto en el que estamos sino, sobre todo, de la inadecuada tendencia en la que nos movemos. La referencia a los buenos resultados en la creación de empleo no puede servir de consuelo. El crecimiento de nuestra producción se está dando en las ramas de actividad que podemos seguir llamando tradicionales, como la construcción y los servicios turísticos. æpermil;ste es el problema: que nuestro crecimiento está mucho menos ligado de lo deseable a las ramas de actividad con mayor intensidad tecnológica y, por tanto, con mayor productividad total de los factores (PTF)

Irlanda, cuya comparación con España es difícil extender más allá de la metáfora, constituye una prueba de cómo las cosas pueden ser -digámoslo con prudencia- algo diferentes de lo que predican nuestras satisfechas autoridades. La transformación en una economía con servicios avanzadas y alta incorporación de tecnología ha permitido una evolución de su productividad por empleado del 4% anual entre 1980 y 2002 y una reducción del promedio de horas trabajadas de 1.900 a 1.668 entre el decenio de 1980 y 2002. Esto es, un descenso de seis semanas laborables de 40 horas por persona empleada.

Tras superar ampliamente la renta media de la UE, se han dado cita así una más que notable combinación de mejora monetaria y de aumento del ocio.

El nuevo Gobierno y el sucesor de Aznar han asegurado continuidad (o continuismo). ¿Creerán de verdad que nos va muy bien en materia de productividad?

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