La ventana de Rusia a Occidente
San Petersburgo celebra el 300 aniversario de su fundación. Un enclave decisivo para la historia y el pensamiento europeos
La verdad, que haya que celebrar precisamente ahora el cumplesiglos de San Petersburgo, les viene de perlas a los dirigentes rusos. El 29 de junio de 1703, festividad de San Pedro y San Pablo, el zar Pedro el Grande iniciaba la construcción de la primera iglesia de una ciudad que tenía in mente. Y que arrancaba en ese templo y en la fortaleza de Pedro y Pablo que le envolvía, en las ciénagas y pantanos de la desembocadura del Neva. Pedro quería dos cosas: afianzar las fronteras de su imperio frente a los suecos y abrir su país medieval a la Europa del siglo de las luces. Su hija prolongaría el empeño contratando a arquitectos italianos, mientras otros sucesores, como Catalina la Grande, se inclinarían más bien por la estética y gustos afrancesados. Ahora la situación es en cierto modo paralela: Rusia vuelve a abrirse a Europa desde un pasado inmediato oscuro y abominado.
La celebración de Petersburgo-300 tiene un tufo oficialista que no convence a todos los implicados. Para empezar, los historiadores más conspicuos se quejan de que se obvian retazos de la historia; por ejemplo, se hace hincapié en la voluntad colonizadora del zar Pedro ignorando las comunidades campesinas y pescadoras que fueron borradas del mapa. Se quiere recordar sólo la parte más lustrosa, ignorando los tramos que puedan resultar incómodos. Como si se tratara de convertir a Píter (como la llaman los vecinos) en una suerte de parque temático de la grandeur imperialista rusa. Ya antes los comunistas aprovecharon la enormidad de edificios religiosos para anclar la ciudad como parque temático de la superchería religiosa, lo cual paradójicamente hizo que se conservaran templos y monasterios. Se quiere ignorar, o minimizar, la etapa soviética (más de 70 años, desde 1917 a 1991), ya que todavía escuece en el día a día. Ahí están las komunalkas, donde todavía vive en odiosas condiciones la quinta parte de esta aglomeración de 4,6 millones de almas.
Pero ese lado oscuro que se pretende soslayar en la foto oficialista no es cualquier cosa. Es importante la arquitectura y el arte amasados en los dos primeros largos siglos, copiando fórmulas europeas o adaptándolas al genio ruso (de hecho, abundan más las simbiosis y eclecticismos, sobre todo en la arquitectura religiosa, que es la más próxima al alma del pueblo; los palacios y edificios de uso oficial son más clásicos). Pero el final del siglo XIX y comienzos del XX han sido de una copiosidad casi impensables.
Hay una actividad creativa considerable e incluso subsiste cierta bohemia subterránea
Dostoievski reinventó una ciudad en la que habían escrito antes los más grandes de la literatura rusa, Gógol y Puschkin. En ella se formaron o compusieron sus obras Chaikovski, El Grupo de los Cinco, Prokófiev o Shostakóvitch; de allí salieron los ballets de Diagilev, con Nijinski y la Paulova, y luego Nureyev y Barishnikov. De allí partieron las vanguardias rusas, el suprematismo pictórico de Malevitch o el constructivismo de Tatlin. Los cineastas se enamoraron de esta ciudad, desde la FEKS (Fábrica del Actor Excéntrico), Pudovkin o Eisenstein, hasta las últimas producciones (James Bond en Goldeneye, Onegin). Esto, manteniéndonos en el terreno estrictamente cultural, y sin entrar en el giro decisivo que supuso para la historia el movimiento obrero y social que condujo a la Revolución rusa de 1917 (a la que ahora algunos progres indígenas se atreven a llamar 'el golpe').
En cierta manera, esa efervescencia sigue existiendo. Con ocasión del tricentenario se está infundiendo nuevo vigor a dos de las instituciones emblemáticas: el Museo del Ermitage, el mayor de Rusia (dicen que dedicando un solo minuto a cada objeto de sus fondos se emplearían ¡11 años! en la visita; ahora ha ampliado su espacio y han reabierto el portón principal que da la plaza de palacio), y el Teatro Marinski (antes conocido como Kírov), considerado como el mejor teatro de ópera y ballet de Rusia.
Pero hay 50 museos más, y 25 teatros, y 2.500 bibliotecas, y una actividad creativa considerable, incluso cierta bohemia subterránea que subsiste como puede en condiciones más difíciles de lo que pensamos. Quizá por eso también para muchos esta celebración puede ser aprovechada como un toque de atención, una llamada. San Petersburgo fue concebida y construida no como puente con Europa, sino como ventana para que los rusos vieran lo de fuera, y los de fuera vieran a los rusos como ellos querían ser vistos. Algunos querrían que este aniversario transformara la ventana en puente.
Localización
Cómo ir. Son varias las compañías aéreas (Air France, Lufthansa, KLM) que tienen vuelos diarios desde Madrid a San Petersburgo haciendo transbordo en alguna ciudad como París, Fráncfort o Amsterdam. El precio del billete más económico suele rondar los 400 euros. En verano, la mayorista Politours ofrece vuelos chárter directos desde Madrid y también paquetes donde se incluyen otras ciudades rusas.Alojamiento. Gran Hotel Europa (Mijailovskaya, 1-7, 007 812 3296000), el más lujoso y célebre de la ciudad, es un edificio de 1824 con fachada italianizante a pocos pasos de la Avenida Nevsky y muy cerca de los principales monumentos; cuenta con varios restaurantes de cocina rusa e internacional. Radisson SAS (Avda. Nevsky, 49, 007 812 3225000), el más nuevo de los hoteles.Comer. Na Zdorovie (Bolshoi Prospekt, 13, 007 812 2324039), para muchos, el mejor restaurante de comida rusa de San Petersburgo, con espectáculos de música popular. Podvorie es una izba o casa tradicional de madera a las afueras de la ciudad.