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El pulso exterior

La hora de Iberoamérica

Más allá de los requerimientos al mundo empresarial para reactivar las inversiones y la apuesta decidida por el lanzamiento de las negociaciones para la firma de un tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Mercosur, la presencia, casi simultánea, en Madrid de los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de Argentina, Néstor Kirchner, los dos primeros socios españoles en América, supone el punto de partida para abordar un replanteamiento general de las relaciones entre España y el cono sur de América, inspirada en un nuevo proyecto de integración, cuyo objetivo prioritario sea, como apuntaba el propio Lula, lograr una América del Sur más unida, justa y próspera, porque eso será bueno para Iberoamérica, pero también para Europa, y sobre todo para España, que se encuentra en una situación privilegiada como puente entre ambos bloques.

En este punto, la continuidad del proceso inversor, factor esencial para la recuperación económica del subcontinente, está fuera de toda duda. La apuesta de las empresas españolas es firme y a largo plazo, y la fuerte caída del proceso inversor en los dos últimos años obedece más al agotamiento de las grandes privatizaciones y de las operaciones en el sector financiero que a un cambio en las prioridades estratégicas y geográficas del capital español. La práctica ausencia de desinversiones en los peores momentos de la crisis de Argentina, con la única excepción de Campofrío, es la mejor garantía de la seriedad y perdurabilidad del compromiso.

Sin embargo, esta constatación no debe servir para ignorar que el nuevo escenario internacional que impone la globalización obliga a ampliar las miras y la dimensión de la cooperación bilateral entre España y América Latina, para enfocarlas en una dirección continental y hacia la integración de sus estructuras socioeconómicas, a través de acuerdos de asociación basados en una plena apertura comercial y el aprovechamiento de las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías y la búsqueda de nuevas oportunidades de inversión, en ambas direcciones, sustentadas en un marco de garantías y seguridad jurídica común.

En esta línea, la presidencia española de la Unión, posibilitó un ligero avance hacia la orientación latinoamericana de los Quince, que culminó con la firma del Acuerdo de Libre Comercio con Chile, el segundo de la UE en América Latina tras el de México, y que debe servir de ejemplo para tratados similares con Mercosur, Centroamérica, el Caribe y la Corporación Andina, con un horizonte temporal no superior a 2010.

La próxima ronda de liberalización comercial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que comienza en Cancún el próximo septiembre, unida la anunciada recuperación de las grandes economías internacionales, aparece como un inmejorable punto de partida para establecer las bases hacia la consecución del acuerdo de integración comercial de mayor dimensión del mundo entre dos bloques de integración económica, capaces de competir con el gigante norteamericano y las nuevas economías de Asia, condicionado, eso sí, al compromiso de los países punteros de América Latina (Argentina, Brasil, Chile y México) para acometer las reformas exigidas en materia laboral, fiscal, energética y de precios.

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