Salario y empleo, ejes de la guerra interna en los sindicatos alemanes
El 29 de junio fue un mal día para el movimiento sindical alemán. Tras más de cuatro semanas de huelga sin ninguna concesión, la central siderometalúrgica IG Metall se veía obligada a abandonar la lucha. El sindicato batallaba por la equiparación de la jornada laboral de 35 horas entre el este, donde los metalúrgicos trabajan tres horas más a la semana, y el oeste del país. El fracaso no sólo ha desencadenado una lucha de poder dentro del sindicato, sino que ha dañado la imagen de IG Metall entre sus 2,6 millones de afiliados y ha abierto el debate sobre el papel de los sindicatos en la crisis económica que vive Europa.
El 29 de junio fracasaron las reivindicaciones de los metalúrgicos del este de Alemania, pero también las teorías de los partidarios de una línea dura en la lucha sindical, defensora de ganar renta en la tarta nacional a toda costa, sea subiendo salarios o reduciendo jornada. El órdago lanzado a los empresarios por Jürgen Peters, vicepresidente de IG Metall y candidato designado para suceder al actual presidente, Klaus Zwickel, no logró su objetivo, a pesar de que la huelga paralizó la producción en algunas fábricas de BMW y Volkswagen. Peters ha recibido desde entonces un aluvión de críticas y presiones para que retire su candidatura como sucesor de Zwickel, quien ha recuperado a tiempo la cordura para mantener el empleo por encima de todo.
La productividad en el sector metalúrgico del este de Alemania es inferior a la del oeste, por lo que la reducción de la jornada laboral es difícil de justificar. Esta zona limita además con Polonia y la República Checa, futuros miembros de la UE donde los salarios son mucho más bajos. Un trabajador del sector del motor en estos países cobra unos cuatro euros a la hora, frente a 16,50 euros por hora del este de Alemania.
Los empresarios alemanes se quejan precisamente del alto coste del empleo en su país y de la escasa flexibilidad del mercado laboral. Muchas compañías, como las tecnológicas Infineon y Epcos, están sopesando trasladar parte de su producción a otros países donde el empleo sea más barato. En el sector del automóvil se mira con especial atención a los países del este y algunas empresas han dado los primeros pasos. Volkswagen trasladó recientemente un 10% de la producción del Seat Ibiza de la fábrica de Martorell a Bratislava. Otros muchos, sobre todo en Alemania, podrían seguir sus pasos.
Dagmar Opozynski, portavoz de IG Metall, opina que la crisis del sindicato es, en efecto, el conflicto entre dos formas de entender la lucha sindical y no una disputa entre dirigentes de la formación. 'Hay dos tendencias, una, digamos, más moderna, y otra que suele calificarse de más tradicional, pero no puede decirse que las dos corrientes estén totalmente en desacuerdo', dijo a este periódico.
Sangría de afiliados en IG Metall
IG Metall se enfrenta a una fuerte caída de la afiliación: en los seis primeros meses de 2003 ha perdido 46.900 miembros, más que durante todo el 2002. Opozynski consideró que esta evolución se debe al descenso del empleo en Alemania, 'un problema que no tienen que solucionar sólo los sindicatos'. La portavoz no quiso aventurar si los problemas actuales provocarán la salida de más miembros y se limitó a decir que eso es algo que se verá 'en uno o dos meses'.Las bases del sindicato van perdiendo la paciencia ante la parálisis; en la planta del grupo DaimlerChrysler de Sindelfingen, 520 miembros de IG Metall demandaron el viernes que se adelante el congreso previsto para octubre y en el que se debe elegir al sucesor de Zwickel. IG Metall propondrá un candidato definitivo el 1 de setiembre.La situación en IG Metall preocupa al Gobierno. El canciller Schröder opinaba desde las páginas del Financial Times Deutschland que el conflicto entre Peters y Zwickel no es sólo un choque entre dos personas. 'Detrás hay cuestiones de estructura; necesitamos sindicatos capaces de alcanzar compromisos con los empresarios', afirmó.