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Columna
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Circo electoral

El circo se presentaba como el lugar de la felicidad para la infancia, pero luego suscitó una literatura de la tristeza. Tristeza atribuida a las fieras domadas, obedientes al látigo, que pasan por aros ardiendo o de los elefantes equilibristas sobre una sola pata. Y así hasta componer toda una suma de traiciones a la naturaleza a base de numeritos con chimpancés, caballos o perritos amaestrados, de un terrón de azúcar o de una palmada en las ancas. Como ha escrito Casavella a propósito de su trilogía El día del Watusi (Editorial Mondadori, Barcelona 2003) estaríamos asistiendo 'a la fascinación imbécil de miradas atónitas ante rabos que menean perros con la indiferente complicidad de los centinelas de lo real'. Además a esta degradación de la cautividad itinerante con su inseparable tufo a excrementos la literatura al uso se ha complacido en cultivar la paradoja del payaso obligado a provocar las risas mientras se come las lágrimas de su íntima desgracia.

Pero entre los domadores y los payasos, siempre al quite para cubrir los tiempos muertos de las necesarias adaptaciones de la pista, siempre hubo sitio para el número de los malabaristas, del trapecio o de los ejercicios sobre ruedas. Qué importantes eran las músicas, la percusión, el redoble, que crea la expectación y abre espacio para el silencio emocionado cuando el riesgo es extremo. Porque los acompañamientos sonoros se hacían esenciales mientras la voz del speaker iba reflejando con sus modulaciones progresivas las dificultades añadidas a las que se enfrentaba el artista. Por ejemplo, en la pista aparecía un ciclista convencional que sin dejar de pedalear procedía a desarmar la bicicleta hasta reducirla a una sola rueda mientras el locutor iba graduando la emoción anunciando una vuelta sin manos, otra sin pies y, si la gravedad acababa venciendo, una tercera sin dientes.

Pues así, sin dientes, pueden quedar algunos tras el escrutinio de las urnas de los comicios municipales y autonómicos a partir de las ocho de la tarde del próximo domingo día 25. Según se ha ido aproximando esta fecha ha sido cada vez más difícil obtener respuestas nítidas de cada uno de los partidos políticos contendientes en las elecciones para que establecieran a partir de qué resultados se considerarían victoriosos o derrotados. La costumbre sólo transgredida en muy contadas ocasiones es que cada uno de los líderes o portavoces elija los términos de comparación con los que mejor salvar la cara.

Como tantas veces hemos comprobado, el número de votos se contrastará con el de los obtenidos en las anteriores elecciones del mismo ámbito o si la referencia es más favorable con los de las generales o las europeas o las vascas, gallegas, catalanas o andaluzas, por muy heterogéneas que sean.

En aras de presentar un perfil más favorable de avance o una imagen más contenida del retroceso cualquier analogía queda autorizada porque hay que comparecer ante la prensa y ante la propia hinchada que aguarda en el hotel de referencia. Un recurso muy agradecido al que se acogerá el Partido Popular es el de presentar los resultados en relación con la extrema dificultad del momento en que se han celebrado las elecciones y ofrecer como un éxito la diferencia favorable lograda sobre la peor de las encuestas previas, en lugar de fijarse en los votos que en esos mismos comicios se obtuvieron en la ocasión anterior de hace cuatro años. De todas formas, lo que suceda en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid será inocultable. Veremos si en el balcón tubular que se adhiere para estas madrugadas a la fachada de Génova el presidente Aznar puede comparecer levantando el brazo de Gallardón. En todo caso habrá empezado la bronca sucesoria.

En medio de tantas incertidumbres potenciadas por el inusual número de indecisos, o de cucos, algunas cosas pueden avanzarse. Como en el ámbito de los medios de comunicación. Pase lo que pase, Pedro José Ramírez quedará impedido esta vez de arrogarse los resultados que el PP o el PSOE pudieran alcanzar. Jota Pedro quedaría excluido de sus anteriores protagonismos y carente de méritos especiales que aducir para reclamar de modo efectivo un nuevo reparto de cartas. En palabras de Julio Cerón el director de El Mundo iría quedando arrumbado por el viento de la historia hasta la playa de la insignificancia. En cuanto al grupo Correo-Prensa Española la campaña no le ha servido para superar la condición de desafecto que le atribuye Moncloa porque, si bien ha prodigado toda clase de hostilidades a los socialistas, no ha añadido el plus de fervor aznarista que se requería. O sea que Aznar, que blasonó de haber ganado las anteriores elecciones sin Prisa, pregonará que éstas las ha hecho sin Pedro José ni los del Correo.

Eso sí, la percusión, el redoble, lo han garantizado hasta el aturdimiento y la hipnosis la TVE de José Antonio Sánchez, qué gran acierto nombrarlo, y la Antena 3TV de Ernesto Sáenz de Buruaga, a quien nunca hubo que darle instrucciones.

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