El itinerario de la discordia
La Hoja de Ruta, itinerario acordado por el cuarteto de Madrid -EE UU, Rusia, la UE y la ONU-, y que ha de conducir al establecimiento de un Estado palestino viable en 2005, no sólo no avanza, sino que se encuentra a punto de descarrilar. Retrasado en más de seis meses por la guerra de Irak, el itinerario se ha convertido en un callejón sin salida por la intransigencia del primer ministro israelí, Ariel Sharon, a aceptar términos que, de acuerdo con el plan, eran innegociables. Sharon pretende, entre otras cosas, aplazar hasta 2005 la discusión sobre los asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza, una cuestión que, por su calado, ha hecho fracasar todas las negociaciones emprendidas al amparo de las conferencias de Madrid y Oslo. Al mismo tiempo, el líder del Likud exige a los palestinos el cese total de la violencia terrorista como condición previa al inicio de cualquier conversación. Ni la visita de Colin Powell a la zona, ni la histórica reunión entre Sharon y el nuevo primer ministro palestino, Abu Mazen, han desbloqueado la situación.
Los palestinos insisten en que las medidas deben ser simultáneas y que los esfuerzos del nuevo Gobierno para controlar a Hamás y a la Jihad islámica deben ser correspondidos por Israel con la congelación de la construcción de nuevos asentamientos, incluida la expansión natural de los ya existentes que estipula la hoja de ruta. Difícilmente podrá Mazen controlar a las organizaciones extremistas si no ofrece como contrapartida algunas concesiones israelíes. Sharon también se encuentra ante la amenaza real de una crisis de gobierno si accede, sin más, a modificar la política de asentamientos, una de las claves de su victoria electoral. El primer ministro israelí confía en que la sucesión de ataques terroristas de los últimos días le sirvan como excusa para que un presidente como Bush, lógicamente obsesionado con el terrorismo, aplace de nuevo la aplicación de la hoja de ruta.
Su tarea puede ser más complicada de lo que piensa. Bush se ha comprometido al establecimiento de un Estado palestino y, a pesar de la influencia de los círculos pro israelíes en el periodo preelectoral, no parece dispuesto a consentir que naufrague su visión de dos Estados, Israel y Palestina, coexistiendo pacíficamente en la zona dentro de dos años. Tan intensa es la preocupación en Washington sobre la situación, que ayer mismo el New York Times apuntaba la posibilidad de que Bush aprovechara su viaje a Francia en junio con motivo de la reunión del G-8 para visitar algún país de la zona, posiblemente Qatar, y allí entrevistarse con Sharon y Abu Mazen para intentar cortar el nudo gordiano que impide el lanzamiento del plan de paz. Sólo una fuerte presión internacional, y muy especialmente de EE UU, puede desbloquear el proceso. Bush tiene un ejemplo muy cercano y familiar para hacerlo. Su padre amenazó a Isaac Shamir con congelar los créditos norteamericanos destinados a la construcción de nuevos asentamientos, si no se avenía a transigir en una serie de condiciones planteadas antes y durante la conferencia de Madrid. Si la seguridad de Israel está garantizada por EE UU y la comunidad internacional, no se entiende la obstinación de Sharon en hacer la mínima concesión que se le exige sobre los asentamientos. A no ser que se trate de una excusa más para perpetuar y extender la presencia israelí en Cisjordania, haciendo inviable la existencia de un Estado palestino 'viable', como pretende Bush.