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Seychelles

La sombra del paraíso

No llegan prisas ni ruidos. El tiempo se mide de otra manera. Parejas de luna de miel y buscadores de calmas tienen allí, como ciertas aves y peces protegidos, un refugio que esconde los colores de los sueños

Su imagen tópica puede que nos parezca un escenario familiar, algo déjà vu. Es el escenario escogido por los vendedores de sueños para rodar anuncios publicitarios. El mismo elegido por alguna televisión española como plató para náufragos de rosa en una isla desierta y con audiencias millonarias. Es además, según dicen los entendidos, uno de los diez destinos más exclusivos del planeta. Rocas pulidas de granito que parecen cartón piedra del cine mudo, empenachadas de cocoteros, emergiendo de forma surrealista sobre playas desiertas y lechosas. Azules y verdes traslúcidos, que lo mismo se enredan por los cielos que por las aguas, que por las junglas. Hoteles escondidos de un lujo insultante. Pureza y lejanía. Mística naturalista respaldada por las tarjetas de crédito más infladas.

Están muy lejos, a miles de kilómetros de cualquier otro sitio, pero ¿dónde? Muchos tendrían dificultades para identificarlas en el mapamundi: apenas unos puntitos, convencionalmente engordados para que se vean, esparcidos por un área del océano Índico casi tres veces como España; pero su terreno es diminuto: la mayor de ese sopicaldo de 115 islas tropicales es Mahé, y tiene apenas 27 kilómetros de larga por siete de ancha. Las otras dos islas grandes, Praslin y La Digue, se pueden recorrer en bicicleta en una mañana. Estas tres islas, junto a otra docena de medianas forman parte de lo que llaman las islas interiores; las islas exteriores son grupos de atolones, bancos y cayos de arena desiertos, a cientos de kilómetros del núcleo central. Por su dispersión, por su exigüidad, las Seychelles no han hecho correr mucho la sangre de los ambiciosos. Seguramente las conocían los árabes, y aparecen en los mapas portugueses del siglo XVI. A mediados del XVIII, Francia se posesionó de ellas, y medio siglo después hicieron lo propio los ingleses. Convertida en colonia británica en 1903, y en república independiente en 1976, las Seychelles presentan la paradoja de ser un régimen de inspiración izquierdista orientado al consumismo y el ocio de los más privilegiados de la tierra.

Patrimonio de la humanidad

æpermil;stos se guarecen en hoteles de ensueño aislados (literalmente, no hay nada más) en pequeñas ínsulas como St. Anne, donde acaba de abrir sus puertas un resort de la cadena mauriciana Beachcomber (dormir en la Royal Villa cuesta cada noche 5.200 euros). St. Anne está frente a Victoria, la capital de Seychelles, en la isla de Mahé. La cosa suena muy solemne, pero Victoria es en realidad un poblado chico, que tiene un solo semáforo y cuyo mayor pintoresquismo se centra en el mercado, la catedral (una iglesia bastante simple; el 90% son católicos) y la mezcolanza de gentes: descendientes de franceses, británicos y esclavos negros, mestizos, algunos hindúes y chinos, hablando la mayoría el créole (aunque son oficiales el inglés y el francés). Pero la isla de Mahé da mucho de sí; las distancias, como el tiempo, se estiran, tienen otra dimensión y visitar las soberbias playas-bahías que allí llaman anses, o poblados marinos como Takamaka o Beau Vallon puede ocupar mucho tiempo.

Praslin, la segunda en tamaño, es una isla más tranquila. Las bahías y anses son de increíble belleza (Anse Lazio es una de las más salvajes). El corazón de la isla lo forma un parque nacional, el Valle de Mai, declarado Patrimonio de la Humanidad por ser el único lugar donde crece el llamado coco de mer: una palma cuyos ejemplares machos presentan un órgano similar al miembro viril, y las hembras, un coco en forma de genital femenino. Desde Praslin se llega en pocos minutos de barco a La Digue, una de las joyas de Seychelles. No hay coches, hay que recorrer la isla en bicicleta o en taxi tirado por un buey. Atravesando una hacienda donde aún se cultiva la vainilla y se hornea el coco para convertirlo en copra y extraer su aceite, se llega al escenario arquetípico de Anse Union, donde las rocas de granito caprichosamente pulidas parecen monolitos caídos de alguna secuencia de La Odisea del Espacio. Un sueño que es relativamente asequible (más de tres mil españoles pisaron esa fantasía el pasado año); porque invadir la infinita pureza de las islas exteriores como el atolón Aldabra (el mayor del planeta, declarado también Patrimonio de la Humanidad) sigue siendo un sueño que escapa al poder de los deseos, por muy acompañados que vayan de tarjetas de crédito.

Localización

Cómo ir. Air France (901 112 266) tiene vuelos compartidos con Air Seychelles y salida desde París. El precio del trayecto desde Madrid a Mahé vía París, i/v y con tasas, es a partir de 649,78 euros. Entre las islas principales hay conexiones continuas con pequeños aparatos que tardan sólo unos minutos; también se puede hacer el traslado en rápidos ferries.Alojamiento. Sainte Anne Resort (248 292 000), frente a Victoria, en plena reserva natural; lujo de película y villas con jardín propio frente al mar. Lemuria Resort (248 281 281) situado en un enclave privilegiado y solitario de la isla de Praslin, es un Relais & Chateaux con campo de golf. Banyan Tree (248 383 600) es otro de los hoteles emblemáticos de Seychelles en la isla de Mahé, con un refinamiento al límite. La Reserve (248 232 211), en Anse Petite Cour, isla de Praslin, tiene una atmósfera más familiar y es más asequible.Comer. Le Corsaire (247 171), en Bel Ombre, isla de Mahé, al borde de la playa, cocina italiana y criolla. Zerof (248 234439) es de lo mejor en la isla de La Digue, bourgeois (pescado) extraordinario. Marechiaro (248 283 888), en Grand Anse, Praslin, excelente comida, también es hotel. Oasis (248 324 150) en Revolution Avenue, en Victoria, la capital, un lugar grato tipo café de artistas.

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