Una esperanza para Argentina
Casi un año y medio después del estallido de la convertibilidad y del inicio del derrumbe político e institucional, Argentina acude mañana a las urnas para cerrar la provisionalidad del mandato del presidente Eduardo Duhalde y elegir a su sucesor para los cuatro próximos años.
A diferencia del clima de furia e indignación popular de un año atrás, sintetizado en el clamor general que pedía 'que se vayan todos', la campaña electoral que culminó el jueves se desarrolló en medio de la apatía y la desazón de los ciudadanos. A pesar de lo negativo de ese estado de ánimo, la realización de las elecciones presidenciales muestra que el fantasma de un cuestionamiento radical del sistema político se ha disipado, al menos de manera inmediata. Lo que ha posibilitado este nuevo contexto ha sido, sin duda, la labor de estabilización realizada por el ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien evitó el retorno de la hiperinflación con una política monetaria cuidadosa y supo utilizar la devaluación para potenciar las exportaciones y la sustitución de importaciones.
La producción industrial y el PIB vienen creciendo en los últimos tres trimestres y se prevé que, en todo 2003, la economía se recupere por encima del 3%. La normalización del sistema financiero y del crédito está todavía lejana, pero se han dado pasos innegables para ese objetivo con la liquidación del corralito y del corralón. Aunque se trata de logros de importancia, la situación social sigue siendo altamente inestable, con más del 50% de la población viviendo por debajo de la línea de pobreza y un nivel de paro que afecta a casi la cuarta parte de la población activa. Asimismo, el tirón de las exportaciones que está en la base de la leve recuperación económica dista mucho de ser el inicio de un proceso de crecimiento, ya que la inversión sigue paralizada. Las empresas continúan pendientes de que haya una política económica claramente definida y no arriesgarán capital si antes no se disipan los temores de una recaída en la profunda crisis anterior.
En este marco, las elecciones constituyen un momento clave. Sin la reconstitución de las desacreditadas instituciones políticas y del desestructurado Estado argentino es imposible pensar en un punto final para la crisis y un nuevo despegue. La renegociación de la abultada deuda pública de 150.000 millones de dólares tampoco será viable sin un poder político fortalecido y con un apoyo social significativo. æpermil;ste es el desafío al que se enfrentarán mañana los argentinos al elegir un nuevo presidente. Y, sobre todo, éste es el reto al que tendrá que responder quien resulte elegido en la casi segura segunda ronda electoral del próximo 18 de mayo.
La quiebra de los partidos tradicionales y la desconfianza de los ciudadanos en los candidatos que se presentan son una seria dificultad para superar los obstáculos. La esperanza que alumbra hoy no debería ser desechada por aquel que logre la presidencia.