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Columna
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Un futuro perfecto

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

El pesimismo económico impera por doquier. Los mismos organismos internacionales y analistas privados que hace un año proclamaban la recuperación para el segundo semestre de 2002 y que en 2003 el crecimiento sería aún mayor, ahora rebajan las estimaciones de crecimiento para este año situándolas, en la mayoría de los casos, en tasas inferiores a las registradas en 2002, dicen que el final de la guerra no despejará las incertidumbres, nos recuerdan el alto endeudamiento de las familias norteamericanas, la resaca de los escándalos financieros, los todavía altos precios de las acciones, etcétera.

No obstante, de la misma forma que hace un año era interesante recordar lo que decían los pesimistas porque, siendo entonces minoritarios, han acertado finalmente, ahora puede ser interesante escuchar lo que piensan los optimistas acerca del futuro de la economía norteamericana y mundial.

Empecemos por el petróleo. Gradualmente se van a añadir unos dos millones y medio de barriles diarios a la oferta mundial, lo cual hará difícil que los precios se mantengan a los niveles actuales. Y una reducción de los precios del petróleo es equivalente a una reducción de impuestos: aumenta el dinero en los bolsillos de los consumidores y reduce los costes empresariales sin tener efectos negativos sobre los déficit públicos. Todo beneficios.

El otro posible cambio positivo es el de las Bolsas. La acumulación de liquidez es impresionante y, después de tres años de desgracias, los ahorradores están deseando entrar, como sea, en la renta variable. A poco que se empiece a observar una tendencia alcista, empezará a funcionar el círculo virtuoso opuesto al que hemos vivido desde el año 2000, las empresas mejorarán su financiación y podrán acometer proyectos que antes no se atrevían a iniciar dada la baja valoración de sus empresas.

El mayor crecimiento mundial empezará a provocar también círculos virtuosos en las cuentas públicas, con lo que las previsiones pesimistas sobre la evolución de las cuentas públicas cambiarán de signo inmediatamente, de la misma forma que pasamos súbitamente del superávit de Clinton a los déficit de Bush.

Los mismos analistas y organismos internacionales que hoy no hacen más que seguir la corriente general de tristeza empezarán a ver todo positivo, el ambiente de la comunidad económica mejorará y los índices de confianza empezarán a escalar hacia arriba.

Paralelamente, la reconstrucción de Irak irá transmitiendo al mundo una sensación de seguridad, de que ha nacido un nuevo orden que deja el mundo en manos de un país como Estados Unidos, defensor de la democracia y el libre mercado, que son los ingredientes fundamentales del crecimiento económico.

Después de las fracturas creadas por una guerra unilateral, resucitará la idea de multilateralidad y se extenderá a las negociaciones para la liberalización del comercio mundial. Estados Unidos y Europa llegarán a un acuerdo sobre la gradual supresión de la protección agrícola y los países en desarrollo aceptarán la entrada de competidores extranjeros en sus sectores de servicios. Todo ello reavivará el flujo de inversión directa hacia los países emergentes, lo que reforzará el mayor crecimiento mundial.

Tanta será la alegría general, que los bancos centrales tendrán que subir moderadamente los tipos de interés para asegurar a los agentes económicos que la nueva recuperación no acabe desatando un proceso inflacionario.

Este futuro perfecto no es muy probable, pero no es imposible. Por eso, cuando la mayoría se mueve hacia el pesimismo y la depresión y pocos se creen las previsiones rosas para 2004, conviene recordar que si el futuro está abierto para lo negro, también lo está para lo rosa. Que hay futuros imperfectos, pero que también los hay perfectos e incluso pluscuamperfectos. Y que, al final, el resultado es una mezcla de todos ellos.

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