Detrás de un código de comportamiento
Muchas son las empresas que en los últimos meses se han embarcado en la elaboración de un código ético. Muchas también las que ya contaban con él. Algunas de las protagonistas de los grandes escándalos corporativos más recientes, de hecho, lo tenían hace años. ¿Entonces? ¿Dónde está la diferencia entre tener o no tener un código ético?
Redactar un documento que recoja las líneas maestras de comportamiento de una compañía es una tarea relativamente sencilla y que además tiene un coste prácticamente insignificante. Sin embargo, poner en marcha un sistema que garantice su cumplimiento, comprensión y conocimiento es complicado. En primer lugar, el código necesita una estructura plenamente integrada en la compañía. No se trata de reinventar la rueda ni de crear nuevas áreas a cargo de nuevos directivos; más bien de localizar los recursos humanos y de gestión que internamente mejor puedan cumplir esta tarea y asegurar su plena involucración. La mayoría de los medios que en ocasiones se buscan fuera de la empresa están tres plantas más arriba. Se trata de sumarse a lo que ya existe, enriqueciendo los procesos empresariales y al mismo tiempo alimentándose de ellos.
La figura del defensor de la ética empresarial, el ethics officer americano o el ombudsman, seguramente ya trabaja en la empresa, tiene nombre y apellidos y quizá también años de antigüedad; sólo hay que localizarle. Hablamos de adaptar (si es necesario) el sistema de sanciones con el que la mayoría de las empresas cuenta, normalmente a través de sus áreas de recursos humanos.
Hablamos de involucrar a toda la plantilla, poner a su alcance la formación necesaria, para garantizar que cada empleado se sienta identificado con el código. Y de incluir en cada nueva contratación información sobre su contenido. De proteger los intereses de accionistas e inversores blindando la empresa frente a determinados riesgos. De hacer saber a los proveedores de la empresa qué mínimos de ética esperamos de aquellos que trabajan con nosotros. Al final, todos ganan.
Revisión y adaptación
Cuanta más vida tiene una empresa, más vivo debe estar su código ético. Si la empresa crece, vende, se adapta a las sociedades en que opera, así también debería reflejarse en su manera de relacionarse con los diferentes grupos de interés. El mapa societario de una multinacional raramente es estable, como tampoco lo es el organigrama ni el entorno económico. En la medida en que el código debería establecer el marco relacional de la compañía con todos sus públicos, requerirá de una revisión y adaptación periódica.
Un ejemplo: el Credo de Johnson and Johnson, redactado en 1943, y hoy en día más vivo que nunca. La compañía realiza una encuesta entre sus empleados cada dos años, para evaluar el cumplimiento de los de los valores que el Credo refleja. Los resultados son analizados por la alta dirección, que pone en marcha las medidas necesarias para corregir posibles desfases entre lo que se dice y lo que se hace.
A través de los años, el Credo ha sufrido algunas modificaciones en algunos idiomas, y algunas ampliaciones, como por ejemplo una mención a la conciliación de vida laboral y familiar. Pero conserva el espíritu con el que nació hace 50 años.
Por último, y no menos importante, si hay un documento que necesita máxima difusión, es el código de conducta. Si son necesarios los procesos, estructuras, revisiones y correcciones, aún lo es más su compresión y difusión. Procure redactarlo de forma clara, que todos los niveles de la organización entiendan el significado de cada cláusula por igual. Todas las herramientas son útiles desde el punto de vista de consulta y divulgación; correo electrónico, teléfono, intranet, fax, revista interna.
Dé a toda la plantilla la información posible sobre código, y asegure también que todos sepan adónde dirigirse en caso de duda ética y a qué se exponen en caso de incumplimiento. Haga llegar copias del código a sus socios, proveedores, clientes; incluya una versión resumida en cualquiera de los envíos corporativos a toda la plantilla.
Reproduzca el resumen en su informe anual, de forma que sus accionistas conozcan la posición de la compañía en relación con los temas de ética. Y no se olvide de traducir el texto a los idiomas que sea necesario, asegurando la máxima profesionalidad para que la esencia no se quede por el camino.
Un par de datos: el Credo de Johnson and Johnson, disponible en 36 idiomas; el Compromiso de Integridad de General Electric, descargable en 26 lenguas desde su web.