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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El BCE pierde oportunidades

Duisenberg será por el momento su propio sucesor', ha dicho Hans Eichel. La ironía del ministro alemán de Finanzas al anunciar el viernes la permanencia en el cargo del actual presidente del BCE ilustra el último pasaje caótico en la institución monetaria. Una pesadilla de intereses nacionales ha perseguido al BCE desde su nacimiento en 1998, y dificultó al principio su credibilidad en los mercados internacionales. La salida de Wim Duisenberg tres años antes de que expire su mandato debía zanjar definitivamente las disputas por la cúpula del BCE. Pero su relevo, pactado hace cinco años entre Francia y Alemania, ha derivado en un proceso marcado por la incertidumbre y la improvisación. Y amenaza con devolver a la institución a sus primeros tiempos, superados luego por el buen hacer de su presidente.

Primero se urgió al holandés para que abandonase el puesto en cuanto concluyese el periodo de convivencia del euro y las antiguas divisas nacionales (28 de febrero de 2002). Duisenberg cumplió y anunció en febrero de 2002 que se retiraría el 9 de julio de 2003. Se trataba de compaginar una salida digna con plazo suficiente para que el candidato impuesto por Francia (a cambio de admitir que la sede del BCE estuviese en Alemania) resolviese sus problemas con la justicia. Pero el gobernador del Banco de Francia, Jean-Claude Trichet, está pendiente del fallo del caso Crédit Lyonnais, en el que está envuelto, previsto para el 18 de junio. Demasiado cerca, en todo caso, del plazo fijado por Duisenberg.

Los Quince, que antes se apresuraban a desalojar al holandés, han tenido que rendirse a la evidencia y rogarle que se quede hasta encontrar un sustituto. La imagen de improvisación que se ha dado a los mercados es lamentable. Los ministros de Economía parecen incapaces de encontrar un candidato idóneo que tome las riendas de la política monetaria europea. El empecinamiento de Jacques Chirac en que debe ser un francés complica más la elección. Ni París parece contar con otro aspirante que concite la unanimidad de los socios -Chistian Noyer, ex vicepresidente del BCE, ha llegado a postularse- ni parece dispuesto a buscar una alternativa mientras no se resuelva el juicio a Trichet.

Este nuevo episodio de desbarajuste demuestra la urgente necesidad de avanzar en la profesionalización del Comité Ejecutivo del BCE. La reciente reforma del sistema de voto de la institución fue otra oportunidad perdida para acometer ese cambio antes de la próxima ampliación. El relevo de Duisenberg parece que también se les va a escapar de las manos a los líderes europeos. ¿Hasta cuándo deberá conformarse la zona euro con un banco central al albur de las respectivas capitales? ¿Por qué no aprovechar la sustitución de Duisenberg para elegir un candidato con criterios que valoren, sobre todo, el bagaje y la cualificación, no la nacionalidad del aspirante? El nacionalismo en la zona euro debe limitarse al anverso de las monedas. La cara de las instituciones debe ser europea.

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