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Tribuna
Columna
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La flecha partió del arco

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay critica duramente la decisión de EE UU de atacar Irak sin contar con el apoyo de Naciones Unidas. Afirma que el presidente español, José María Aznar, ha perdido la noción de lo que es España

El comienzo de estas líneas coincide en tiempo con el inicio del ataque a Irak. Quedan atrás el fracaso de la diplomacia y las tensiones y esperanzas de los meses y días pasados. Y ya es historia -mentiras incluidas- la frenética campaña de propaganda dirigida a presentar como una decisión honorable la flagrante violación del Derecho internacional que EE UU -acompañado por el Reino Unido y jaleado por el Reino de España- acaba de protagonizar.

El más fuerte ha decidido utilizar su fuerza al margen del derecho y de las propias reglas que contribuyó a forjar cuando se aprobó la Carta de San Francisco, tras la Segunda Guerra Mundial. Intentó que su decisión -hace tiempo tomada- de intervenir militarmente en Irak tuviera el aval del Consejo de Seguridad, la única instancia que podía darle legitimidad. Pero, como ahora aparece con toda claridad, estaba dispuesto a intervenir en cualquier caso. La nueva doctrina del ataque preventivo o -sarcasmo todavía mayor- la defensa de la autoridad de Naciones Unidas ha servido para intentar maquillar la radical violación de las imperfectas pero aceptadas normas que pretenden garantizar un cierto orden internacional basado en el derecho, en reglas de juego conocidas y aceptadas de antemano, y no en la fuerza.

De acuerdo, Sadam Husein es un hijo de su madre y ha incumplido las resoluciones de Naciones Unidas desde 1991. No hace falta que nos traten de convencer de lo obvio. Sin embargo, resulta mucho más peligroso para el mundo que alguien, por el hecho de ser el más fuerte militarmente, pueda saltarse a la torera -o ¿hay que decir a lo cowboy?- las reglas de Naciones Unidas con el pretexto de hacer cumplir sus resoluciones. ¿Vale erigirse en único juez de la ley y en su brazo ejecutor? ¿En nombre de quién? ¿De la justicia? ¿De la democracia? ¿De los derechos humanos? ¿Del pueblo estadounidense que, a esos efectos, se arroga la representación del mundo entero? O, quizá, ¿del pueblo iraquí al que se quiere salvar, lo desee o no?

El más fuerte ha decidido utilizar su fuerza al margen del Derecho y de las propias reglas que contribuyó a forjar

El orden internacional es difícil de reducir al de las relaciones privadas o al interno de un país. Pero si vale en el mundo la regla de que la fuerza y el poder son el derecho, no se entiende bien por qué no podría pretenderse lo mismo en las relaciones sociales o en las relaciones de poder en el interior de los países. ¿Por qué respetar las decisiones de los tribunales o la autoridad de los órganos elegidos contra la propia convicción o el propio interés? ¿Por qué no tomarse en el orden penal la justicia por la propia mano si se tienen los medios para ello, frente a la molesta burocracia o las irritantes garantías procesales que protegen a los delincuentes? Harry el sucio se convierte de este modo en el icono del nuevo orden internacional. No en vano sus proclamados buenos sentimientos van unidos a la posesión de la pistola más grande. Una magnum, creo recordar.

Como la mayoría de ustedes, me siento abrumado por lo que ocurre y todavía más, si cabe, por la significación de esta guerra para el futuro. Toda la sofisticación del análisis intelectual, del avance moral de la humanidad, de la edificación paciente del mundo del derecho, se deshace como un azucarillo ante la cruda realidad de un presidente estadounidense dispuesto a imponer al mundo su sentido del orden por la fuerza de las armas. Como en etapas pretéritas de desarrollo del espíritu humano, la ley del más fuerte resulta decisiva.

En Metafísica de la ética, Inmanuel Kant pretendió fundar la ética en la razón y en el deber. Su imperativo categórico, fundamento de su construcción, se resumía en aquella sentencia: 'Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza'. Sin duda no son las ideas morales de Kant, ni los principios inspiradores de La paz perpetua los que han guiado esta acción.

Es a todas luces improbable que Estados Unidos pretenda erigir su conducta en modelo a imitar, de aceptación universal y que se cuidarán mucho de que otros lleguen a adoptar semejantes acciones unilaterales a las que ellos acaban de desencadenar.

España, vocero implacable de las posiciones americanas, se ha hecho un rincón en la historia y el presidente del Gobierno ha obtenido sus 10 minutos de brillo universal. Un brillo efímero, desde luego, pero cuya huella nos costará tiempo borrar para devolver al país al lugar del que no debió salir: el de la respetabilidad de una potencia más bien media, comprometida con los valores de la paz y de un orden internacional basado en reglas compartidas, y en la construcción de una Europa con capacidad de equilibrar el mundo unipolar que la deriva americana ha convertido en esencialmente peligroso. Aunque el presidente Bush y el señor Aznar hayan perdido pie en su consideración del mundo y de España, no es razonable imaginar que todos nos hayamos vuelto locos.

La intervención estaba decidida. Desplegadas las tropas, no podían volver a casa de vacío. Iba en ello la credibilidad de la gran potencia. La flecha estaba en el arco y había de partir al coste que fuera. El primero y más inmediato, el de las víctimas inocentes. Luego vendrán otros muchos. Porque, aunque baje el precio del petróleo, como lo está haciendo, este es un tiempo de oscuridad.

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