Que termine cuanto antes
La guerra ha comenzado. Una guerra a la que este periódico se ha opuesto desde el principio por innecesaria e ilegítima. Porque creemos que no resolverá nada que no se hubiese podido conseguir mediante la coacción colectiva de la comunidad internacional, con el Consejo de Seguridad y los inspectores de la ONU a la cabeza. Porque entendemos que el concepto de guerra preventiva propugnado con éxito por George Bush socava cimientos básicos del Derecho internacional. Porque antes de que empezasen a contabilizarse las víctimas de los bombardeos sobre Bagdad, esta guerra ya se ha cobrado importantes bajas políticas (con el propio Consejo de Seguridad y el proyecto de política exterior común de la Unión Europea a la cabeza) y económicas (meses de incertidumbre prebélica que han agravado la crisis que zarandea el mundo desde hace más de dos años). Y porque, pese al batiburrillo de declaraciones, nadie en su sano juicio sabe cuáles serán a corto y medio plazo las consecuencias geopolíticas y económicas del conflicto.
Dicho esto, y una vez iniciada una ofensiva que la vieja Europa, sabia y prudente tras las guerras que durante siglos ha tenido que sufrir en su propio territorio, no ha sido capaz de detener, sólo cabe un deseo: un triunfo rápido de las fuerzas aliadas, que evite sufrimientos a la población civil de Irak, que minimice las bajas militares en ambos lados, que cause la menor destrucción posible y que, en definitiva, permita la reconstrucción del país en el menor plazo y de la forma más limpia posible.
La superioridad militar de EE UU y Reino Unido es tan abrumadora que sólo cabe esperar una derrota inapelable de Sadam. Pero ni George Bush ni su socio militar, Tony Blair (con el presidente español José María Aznar como mero comparsa), pueden permitirse el lujo de que esta campaña militar se prolongue demasiado. Los tres dirigentes afrontan esta cruzada sin el respaldo masivo de sus respectivos pueblos (incluso en EE UU se destaca que el apoyo de los ciudadanos no es 'entusiasta'). Con lo cual el nivel de destrucción y muerte que los ciudadanos están dispuestos a digerir es limitado. Especialmente en España, según prueban las encuestas y las masivas protestas en las calles, incluso ayer mismo.
Sólo cabe confiar, pues, en que se cumplan las previsiones más optimistas y Sadam sea derrotado en pocas semanas. Que seamos capaces de reconstruir los lazos rotos durante las últimas semanas, sobre todo en el seno de la Unión Europea. Que, tras la victoria militar, se cumplan las generosas promesas de ayuda humanitaria para la reconstrucción de Irak y se renuncie a la tentación de dejar al pueblo iraquí en manos de cualquier sátrapa igual de sanguinario, pero más amable con las petroleras de Occidente. Y se haga todo lo posible por cumplir el resto de las promesas hechas para justificar una guerra injustificable: intentar conseguir una paz duradera en Oriente Próximo.