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Columna
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'Delenda est Bagdad'

Antonio Gutiérrez Vegara

Estaba cantado que la reunión de las Azores no se había convocado para que los belicosos reconsiderasen su decisión de atacar a Irak a la vista de su aislamiento internacional, sino para todo lo contrario. Bush, Blair y Aznar fueron a la base de Lejas a darle la puntilla a la vía diplomática y abortar las posibilidades de desarmar pacíficamente a Sadam.

Inmediatamente después se ha comprobado también que en la hora y media escasa que estuvieron reunidos en Terceira, lejos de reflexionar acerca de las consecuencias de su unilateral decisión, se pusieron el mundo por montera coordinando los argumentos tramposos para justificarse y las descalificaciones a lanzar contra todos los que no comparten sus planes.

Al día siguiente, era el jefe de la banda quien adelantaba el ultimátum a Husein y familia para que se exiliasen en 48 horas, mientras los dos cómplices convocaban a sus respectivos Parlamentos en el mismo día repitiendo las mismas tergiversaciones de las resoluciones de Naciones Unidas y las mismas acusaciones contra Francia que había empleado en su alocución el presidente estadounidense.

Con la sincronía de las mentiras no han ganado más adeptos, sino que han terminado por perder el apoyo de los más vacilantes, incluidos países como Camerún o Angola, y usurpando las funciones del Consejo de Seguridad no se han convertido en la nueva referencia de la legitimidad internacional, como ha pretendido Aznar arrogándose la defensa de un mundo con reglas frente a un organismo incapaz de hacerlas cumplir, sino en el núcleo más desestabilizador de las relaciones internacionales.

El presidente del Gobierno español engañó deliberadamente al Parlamento cuando en la sesión plenaria del martes esgrimió la resolución 1.441 de la ONU para justificar el uso de la fuerza, omitiendo que en ella se establece con claridad que ha de ser el Consejo de Seguridad el que examine su grado de cumplimiento antes de concretar las 'graves consecuencias' a las que debía atenerse Sadam Husein si no se desarmaba.

Mayor tergiversación aún es obviar que la citada resolución sólo habla de desarmar y que en ninguno de sus párrafos apunta como objetivo cambiar el régimen ni exiliar al dictador de Bagdad. Mintió mutilando a su conveniencia el comunicado del Consejo Europeo de Atenas, ratificado en el Parlamento español y vulnerado al día siguiente por Aznar promoviendo la finalmente fracasada segunda resolución que abocaba al uso automático de la fuerza, cuando el texto acordado por los Quince la postergaba a la última instancia tras la culminación de la tarea de los inspectores de la ONU.

Igualmente infundada es la acusación contra Francia, culpándola de impedir el consenso internacional por haber anunciado su voto contrario a la citada resolución, cuando fue esta iniciativa del trío Bush, Blair y Aznar la que rompió el acuerdo europeo y violentó la interpretación de la resolución 1.441.

Tampoco son sostenibles los precedentes históricos en los que pretenden ampararse. Tanto Blair como Aznar han manoseado la historia desde la Segunda Guerra Mundial hasta la intervención en Kosovo. Sadam ya fue desalojado de Kuwait hace 12 años y no está en condiciones de repetir nuevas hazañas expansionistas emulando a Hitler en Polonia o en los Sudetes; tampoco está masacrando otra vez a las minorías étnicas como hacía Milosevic con los albano-kosovares cuando, por acuerdo de Europa, de la OTAN y con la vista gorda de Rusia, se decidió intervenir para poner fin al genocidio en aquella zona de los Balcanes.

El profesor de historia medieval musulmana y ex rector de la Universidad de Túnez, Mohamed Talbi, trazaba en un artículo reciente un paralelismo con la destrucción de Cartago (año 149 antes de Cristo). Recuerda el profesor Talbi que, aunque en 202 a. de C. Escipión El Africano había logrado imponerle a los cartagineses un duro plan de desarme y el pago de fuertes sumas en concepto de reparaciones de guerra, Roma envió 50 años después a una comisión investigadora bajo el mando de Catón, quien terminó aportando ante el Senado romano la prueba irrefutable de que Cartago seguía siendo una seria amenaza para el Imperio Romano, encontró ¡un higo verde! Y aquella fue la determinante causa de que se dictase la famosa sentencia delenda est Cartago (Cartago debe ser destruida), cuya ejecución por cierto se le encargó a Escipión Emiliano, hijo adoptivo de El Africano.

La futilidad de los argumentos para saltarse a la torera el derecho y la devastación consiguiente de Cartago dio origen a la que se conoció como la pax romana.

Indica el medievalista tunecino que, en lugar del higo verde, en Irak sigue habiendo mucho petróleo. Pero decretar ahora el delenda est Bagdad para imponer la pax americana supone ciscarse en toda la legalidad internacional y tirar por la borda 2.000 años de civilización, con la complicidad en este caso de los Gobiernos del Reino Unido y del Reino de España, la misma que obtuvo Roma de los príncipes númidas en la antigüedad.

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