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Futuro

La certeza de la incertidumbre

La inexistencia de una teoría que explique el comportamiento de los mercados no tiene por qué suponer, según Santiago Satrústegui, la falta de recuperación de los mismos

Santiago Satrústegui. Consejero delegado de Abante

Después de más de tres años de mercados a la baja y a pesar de todo el esfuerzo intelectual realizado por tanta gente en todo el mundo, sigue sin aparecer una teoría mínimamente fiable que permita predecir el desenlace de los acontecimientos. El recurso más socorrido ha sido, y todavía sigue siendo, la búsqueda de parámetros en el pasado que se correspondieran con la situación actual, de forma que se pudiera esperar que a partir de la coincidencia el resultado final fuera parecido.

Los avances tecnológicos, para muchos el inicio de todos nuestros males, nos están permitiendo admirar verdaderas obras maestras de la composición informática que reproducen en paralelo el comportamiento de los índices actuales con momentos estelares de los mercados en los últimos cien años. Las simetrías, en algunos casos, han sido casi perfectas con algunas de las crisis más próximas, pero los acontecimientos posteriores nos han obligado a ir cambiando de gráficos casi a la misma velocidad que aquella con la que pasaban los números de las salas de recogida de equipajes en la película Aterriza como puedas.

De todas las comparaciones que he visto, la que tiene más mérito, aunque probablemente el mismo nivel de eficacia, es el trabajo de un periodista americano que consiguió una correlación sorprendentemente buena entre los últimos años del Dow Jones y la relación sentimental de los protagonistas de Friends. Los periodos alcistas cuadraban milimétricamente con los capítulos con buen rollo, mientras que las caídas lo hacían con los problemas de la pareja.

Con las bajadas de las últimas semanas se empiezan a desempolvar los gráficos de la crisis del 29, la madre de todas las crisis, en un intento desesperado de que el gráfico monstruoso que dibujan los índices en los últimos cuatro años se acabe pareciendo a algo conocido. Las posibilidades de que el del 29 sea el gráfico afortunado son parecidas a las del estudio del periodista que hemos comentado, pero con toda seguridad las elucubraciones sobre el famoso crash gozarán de mucha más atención y espacio en los informes de análisis.

Está demostrado que los sistemas en los que interactúan muchos componentes (millones de inversores en todo el mundo en este caso) no son predecibles, entre otras cosas, porque la lógica de comportamiento de los propios componentes evoluciona con el tiempo. La ciencia los denomina 'sistemas complejos adaptativos' y su estudio, con la ayuda de potentísimos ordenadores, ocupa a un buen número de sabios actualmente. La humanidad y su evolución es un buen ejemplo de sucesivas readaptaciones y sucesos iguales producen efectos diferentes en momentos distintos de la historia.

A principios del siglo pasado, por apuntar un dato, todas las pérdidas de valor de las empresas del Dow en la crisis del 29 equivaldrían a menos de un día de bajada del índice mundial hoy, la cobertura de la prensa española del suceso fueron 25 líneas en un periódico y el accionista más joven con esa experiencia, hoy tendría por lo menos noventa años.

No poder encontrar una norma en la que apoyar nuestra seguridad, la certeza de la incertidumbre, no tiene por qué suponer que los mercados no vayan a recuperarse, simplemente significa que no sabemos cuándo, y esa situación ya no es tan grave. En todo caso, ese cuándo está por definición cada vez más cerca.

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