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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Para cuándo las pensiones?

Los periodos preelectorales no son los más indicados para la gestión de cuestiones delicadas, aunque son pródigos en decisiones que impulsan arbitrariamente el gasto. Así, mientras en los últimos meses el Gobierno ha irrigado con bonificaciones fiscales a las madres trabajadores con hijos menores de tres años, catalogando el gesto como una apuesta natalista decidida, ha incurrido en un incumplimiento grave con un nuevo aplazamiento de la reforma de las pensiones. La cercanía de las elecciones municipales ahora y generales dentro de 15 meses ha servido para que Gobierno, sindicatos y patronal, con una actitud ciertamente negligente, hagan dejación de su propio compromiso de reformar este año las pensiones públicas.

El Gobierno amagó con un discurso atinado sobre la necesidad de utilizar la cotización de toda la vida laboral para determinar la cuantía de la pensión; sin embargo, los sindicatos y los partidos políticos replicaron que esta fórmula confiscaría buena parte de las prestaciones de los ciudadanos con aportaciones escasas al inicio de su carrera de cotización. Ciertamente es así, y sólo puede ponerse en marcha con la cautela y transitoriedad necesarias para no expulsar del sistema a ninguna persona que haya cotizado lo exigido por la ley.

Sin embargo, hay que defender que, en un sistema de pensiones público de reparto como el español que transfiere solidaridad intergeneracional e interclasista con el enjuague financiero de los complementos a mínimos, se respeten una serie de criterios que garanticen que nadie se lleve lo que no ha pagado ni que nadie tenga que renunciar a lo que religiosamente ha aportado. Y contabilizar toda la vida laboral para determinar la cuantía de la pensión garantiza la contributividad perfecta.

Los agentes sociales y el Gobierno prefieren disfrutar de la miel de la abundancia en unos años en los que crecen muy fuerte los activos (gran creación de empleo) y muy poco los pasivos (llegada de los nacidos en la guerra y posguerra civil). Pero la abismal diferencia existente entre las nuevas cuantías de las pensiones y las de los que salen del sistema por defunción hacen pensar que el deterioro financiero de la Seguridad Social se producirá más rápidamente de lo estimado, aunque las pirámides de población prometan una base aún sólida para los próximos 15 años.

Todos los sistemas de la vieja Europa han sido retocados en los últimos años y las modificaciones más recientes miran la aportación de toda la vida para cuantificar la pensión. Ya son media docena de países los que se han instalado en tal modelo, ante la impopularidad de elevar la edad de jubilación y ante el hecho consumado de que el mercado laboral expulsa antes a la gran mayoría de los trabajadores. En 1985 España hizo una buena reforma, que evitó la quiebra del sistema de pensiones; en 1997 una segunda bien encaminada; pero la definitiva no tiene fecha en el calendario, pero no puede esperar. Al menos no 15 años.

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