Doble Whopper con queso
No existen productos en el mercado que sean, al mismo tiempo, los más rentables, seguros y líquidos. Por lo tanto, Santiago Satrústegui defiende la existencia de los consejeros financieros
Siempre he pensado que si existiera un producto financiero que fuera el más rentable, el más seguro, el más líquido y, ya puestos, por qué no, el de mejor tratamiento fiscal, todos los inversores comprarían ese activo. En esa situación los asesores financieros tendrían que reciclarse y reconvertirse en puros despachadores que competirían solamente por ser los más eficientes empaquetando y entregando esa doble whopper con queso de las finanzas que valdría para todo.
Como por definición ningún competidor podría crear otro producto mejor, la única alternativa para diferenciarse sería ofrecer esa misma maravilla de ingeniería financiera o bien más barata o bien con un envoltorio más atractivo, pero en ningún caso la lógica, que pretendemos aplicar, nos permitiría ofrecer las dos ventajas a la vez. O bacalada grande, o que pese poco.
Si las entidades optaran por competir reduciendo simplemente el margen del producto para poder existir, una vez que éste llegase a cero, se verían obligadas a cobrarle directamente al inversor por sus servicios. Pero esta estrategia sería bastante complicada de implantar, ya que habría muchas reticencias a pagar por la simple recomendación de comprar lo que todo el mundo conoce y se considera objetivamente lo mejor.
Por otro lado, las entidades que eligiesen la vía del envoltorio contratarían especialistas de marketing, que crearían campañas muy atractivas, invertirían en publicidad y adelantándose al resto de compañías llegarían a muchos nuevos inversores. Por la novedad o por la falta de experiencia financiera, éstos serían mucho menos sensibles al precio que es lo mismo que decir a la rentabilidad final del activo. Para mejorar la sensación del futuro comprador, todos los gastos se incluirían dentro del producto (rentabilidad siempre neta de comisiones). Se habría perdido la primera y fundamental característica del enunciado inicial (ser el más rentable), pero se retocarían un poco las tripas del mismo para que facialmente todo siguiera siendo atractivo y ya se ocuparía la publicidad de concentrarse solamente en los aspectos positivos.
A medida que se fueran incrementando los costes de distribución, marketing y publicidad, la necesidad de reducir el riesgo comercial del producto exigiría la aparición de comisiones de reembolso que obligaran al inversor a permanecer un tiempo mínimo salvo penalización altamente desincentivadora. Segundo valor del enunciado inicial que saltaría por los aires. En ese momento, el producto mágico con el que habíamos empezado se habría convertido en un sucedáneo financiero de sí mismo, aunque ya daría igual, la maquinaria estaría montada y pasaría mucho tiempo hasta que se pudiera demostrar que dentro de esos paquetes tan sofisticados no hay ganancia posible.
Por suerte o por desgracia la panacea financiera no existe y lo que hoy es bueno mañana puede no serlo, y además lo bueno no lo es siempre para todo el mundo, y sólo con esto la necesidad de servicio queda ampliamente justificada. Pero aunque invertir fuera tan sencillo como planteábamos al principio, bastaría con la proliferación de alternativas imaginadas para que fuera necesario fomentar la existencia de verdaderos consejeros financieros que ayudaran a distinguir un entrecot de una hamburguesa.