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Lealtad, 1

Los dividendos y los escudos protectores

Viejos y jóvenes cátedros de economía se sonrojan cuando analizan las notas que la mayor parte de las empresas españolas envían en los últimos días a la Comisión Nacional del Mercado de Valores con motivo de la rendición de cuentas correspondientes a 2002.

Dicen los sabios que se han perdido las normas más elementales de educación contable y que se ha vuelto a la moda de la hipérbole como algo capaz de seducir a los más inquietos inversores. Hay en la situación actual un carnaval adelantado con caretas y disfraces multicolores. Los disfraces de moda son el condicional y el dividendo. Parece que causan mucho furor porque todas las grandes empresas recurren a ellos.

'Si no hubiéramos invertido en nuevas tecnología habría ganado X en lugar de haber perdido Y'. 'Si no hubiéramos tomado posiciones en Argentina y en Latinoamérica, no tendríamos que haber dotado X, con lo que el beneficio habría sido Y'. Pero como dice un gran amigo, 'si mi padre fuera ministro, yo sería hijo de ministro'.

No contentos con el recurso al condicional, que no es otra cosa que la transformación mágica de las pérdidas reales en algo intangible, incluso irreal, como si nunca hubiera existido, las compañías emblemáticas hacen alardes de lo alta que es la rentabilidad por dividendo en una coyuntura de bajos tipos de interés.

La proclama de repartir dividendos en empresas que han registrado pérdidas, por mucho que se enmascaren éstas con términos como dotaciones o aportaciones para limpiar balances, trata de convertirse en un escudo protector, ese término que tanto gusta a Bush en estos momentos, para que el inversor curioso no investigue más. Lo lógico es que una empresa que paga altos dividendos tenga un balance saneado. La realidad demuestra, no obstante, que la lógica puede manipularse con frecuencia.

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