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Columna
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Del Plan Marshall al 'martial plan'

Explicaba Paul Krugman, en una de sus últimas columnas aparecidas en el Herald Tribune, que el Plan Marshall marcó la hora de la mejor y más brillante América. Subrayaba cómo, en contraste con el comportamiento habitual, mostrado por los vencedores después de la I Guerra Mundial, a base de la imposición de gravosas reparaciones a los vencidos, América prefirió adoptar una actitud sin precedentes: la de ayudar también en dosis masivas a la reconstrucción de sus enemigos, a los que acabada de derrotar en 1945. Estimaba nuestro autor con su agudeza habitual que semejante proceder de aquellos estadistas americanos iba mucho más allá del aparente altruismo y respondía a una acertada percepción de los propios intereses. Actuaban bajo el escarmiento del Tratado de Versalles, donde se había probado de nuevo y de forma muy contundente que el propósito vengativo de mantener de modo irreversible a los vencidos en la humillación permanente resultaba contraindicado, porque azuzaba entre ellos el peor de los rencores y el más ardiente deseo de revancha.

Se diría que aquellos dirigentes americanos hubieran aprendido la lección de que la prosperidad, la estabilidad y la democracia impulsarían una Europa más parecida y más competitiva con EE UU, pero también inapreciable fuente de seguridad para Washington. Porque, como después ha quedado otra vez de manifiesto, los débiles, a partir de un umbral de debilidad, se convierten en la más grave amenaza.

Obsérvese, por ejemplo, cómo después de la caída del muro de Berlín y del estruendoso derrumbe del imperio del mal a manos de Reagan, Thatcher y el Papa hemos quedado en condiciones más desfavorables. Porque, tras más de 40 años de estar amenazados por el poderío militar de la Unión Soviética, al desintegrarse la URSS, nuestra inseguridad se ha multiplicado como resultado del estallido centrifugador que ha propiciado fragmentos de extrema debilidad desprovistos de cualquier proyecto y sin sentido alguno de la responsabilidad exigible.

Hemos visto con claridad cómo desmintiendo las interesadas utopías de los ultraliberales enunciadas en términos de 'cuanto menos Estado, mejor', en Rusia la realidad resultante ha sido que cuanto menos Estado, más mafias y mayor peligro de proliferación de armas NBQ (nucleares, biológicas químicas) en manos indebidas. Por eso, en definitiva, la extrema peligrosidad de los débiles presentes en la escena internacional o en el interior de cada una de nuestras sociedades obligará a repensar la seguridad en términos del reequilibrio de las diferencias que operan como fulminantes de la desesperación incoercible. Por ejemplo, el olvido de ese principio, el de causalidad, ha convertido al Estado de Israel, que nació después del Holocausto para ofrecer un hogar nacional seguro a los judíos, en el único sitio donde ahora están amenazados sólo por el mero hecho de serlo.

En otra escala, la de cada una de las sociedades nacionales, se verifica que todo lo que pretende ahorrarse en protección al desempleo, a las pensiones, a la sanidad o a la educación pública para amortiguar las diferencias y garantizar niveles de dignidad, termina gastándose multiplicado por n en policía, en vigilancia privada y en alambradas electrificadas que impermeabilizan las urbanizaciones de máximo lujo de asaltantes indeseados.

Ahora puede imaginarse que Bush y el núcleo que le acompaña en sus hazañas bélicas consideraría el Plan Marshall como una ingenuidad inapropiada en comparación con sus planes marciales en los que han depositado todas sus complacencias. Explicaba además Paul Krugman que ahora todas las demandas de ayudas de los países miembros del Consejo de Seguridad están recibiendo la mayor atención, pero la generosidad con los votantes de la resolución y con Irak acabará tan pronto como Bagdad sea derrotado. Así sucedió con Afganistán al que se prometieron ayudas para la reconstrucción sin que se haya asignado un solo dólar a ese capítulo en los nuevos Presupuestos de Bush.

Ahora se descartan los Planes Marshall y se prefieren los planes marciales. Pero su coste tampoco figura en los citados Presupuestos. Aquí en España los ardores guerreros del presidente del Gobierno, José María Aznar, empiezan a crear incomodidad entre quienes le seguían sin rechistar. En particular el artículo de José Manuel Fernández Norniella, presidente de las Cámaras de Comercio, en la tercera del diario Abc ha sonado como advertencia contra el entusiasmo bélico de Moncloa, con la significación adicional de la cercanía del firmante con el vicepresidente segundo, ministro de Economía y más seguro candidato. ¡Cuidado, Norniella, que te la estás jugando, sobre todo si acabas ayunando solo o poco acompañado!

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