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Columna
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Las consecuencias de la guerra

Las consecuencias políticas y económicas de un ataque a Irak ya se están dejando sentir. Carlos Sebastián detalla los efectos que tendrá el conflicto en las economías domésticas

Carlos Sebastián es catedrático de la Universidad Complutense

La guerra contra Irak, que tiene muchas posibilidades de iniciarse en las próximas semanas, va a tener consecuencias negativas relevantes, aparte de la pérdida de vidas que se va a producir, especialmente entre la población iraquí. Las consecuencias políticas ya se están dejando sentir y pueden agravarse seriamente en el futuro. Tras la tragedia del 11 de septiembre, está tomando cuerpo la opción de responder al incremento en la inseguridad con la limitación de libertades y garantías y con la violación de los principios jurídicos que configuran las sociedades democráticas. Y esto -lo hemos visto en la historia del siglo XX- puede generar una deriva seriamente peligrosa.

El principio de la guerra preventiva por motivos de seguridad, aplicado con tan leves pruebas de culpabilidad del que va a ser objeto de esta acción, es una manifestación de esa preocupante concepción. Los intentos de manipulación de la opinión pública, apelando al miedo colectivo, son una conducta irresponsable que, de mantenerse, puede acabar deteriorando seriamente los sistemas de valores y la estructura institucional de las sociedades democráticas, que, no por casualidad, no sólo son las más libres, sino también las más prósperas. Estados Unidos, que no sólo liberó a Europa de la dominación nazi, sino que también supuso un freno definitivo a la expansión de la dictadura soviética, está ahora liderando una concepción de la política de seguridad que produce temor a los que creemos que existe una decisiva relación entre bienestar y valores democráticos. Uno fundamental es la primacía de la ley sin excepciones. Es decir, que nadie puede situarse por encima de la ley y que ésta tiene que ser anónima, no alterada a gusto del poder para ser aplicada solamente a una persona o situación determinada.

Respecto a las consecuencias económicas, ya se están dejando sentir. Si, como esperan los dirigentes políticos que defienden la guerra, ésta no dura más allá de cuatro o seis semanas, es posible que los efectos negativos no sean muy intensos. Se paralizará momentáneamente la recuperación de la inversión empresarial y del consumo privado, la mejoría en el tono comercial se congelará por un corto lapso de tiempo y el precio del petróleo rozará transitoriamente los 40 dólares el barril. Si, en cambio, el conflicto bélico se prolongara, las consecuencias pueden ser mucho más profundas. Las economías domésticas en ambos lados del Atlántico están muy endeudadas y este desequilibrio financiero y el deterioro del mercado de trabajo les han llevado a empeorar significativamente sus expectativas. æpermil;stas sufrirían un duro golpe si la guerra se prolongara, en contra de lo que la mayoría ahora espera, y se produciría, además, una reducción en la renta disponible por un encarecimiento energético sostenido. Con lo que el consumo disminuiría. La elevación de los precios del petróleo y la reducción de la demanda tendrían un efecto contractivo sobre la producción, que profundizaría la crisis del mercado de trabajo. La caída de la producción y el aumento de la incertidumbre alejarían la recuperación de la inversión empresarial. Todo ello conduciría a muchas de las economías que están en dificultades (Alemania, por ejemplo) a una abierta recesión y a las otras economías a una significativa desaceleración. Por tanto, está justificado el aumento de la incertidumbre que revela el comportamiento de muchas variables económicas en las últimas semanas.

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