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Columna
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Así no vamos a ninguna parte

En mis anteriores artículos me permití atribuirme el papel de Casandra y anunciar que la crisis iraquí terminaría por arruinar lo poco que se ha construido en torno al proyecto de Política Exterior y de Seguridad Común en la UE. Me quedé corto en mis previsiones.

La fractura que se ha abierto entre la pretendida vieja Europa y la nueva Europa, al decir del secretario de Defensa norteamericano, Rumsfeld, tardará mucho tiempo en cerrarse y abre un futuro muy incierto en las iniciativas que en el capítulo de política exterior y de seguridad se estaban abriendo en la Convención que se ocupa de producir el primer proyecto de Constitución Europea.

Recomponer la situación no será fácil, a lo mejor, es ya imposible y se vuelve a demostrar que ante las crisis de alta intensidad o problemas de orden mundial la UE se desvanece en una enorme cacofonía y posiciones antagónicas entre los Estados miembros. La crisis iraquí así lo esta poniendo de manifiesto una vez más.

Resultan hasta cierto punto patéticas las explicaciones que se están produciendo por parte de los firmantes de la célebre carta de apoyo al presidente Bush frente a la eventual guerra contra Irak. Es, nos dicen por lo bajo, una respuesta contundente a la arrogancia del eje franco-alemán que pretende mandar más de lo necesario en las instituciones comunitarias.

Además, no les consultamos, continúan, porque ellos tampoco nos consultaron cuando con motivo del aniversario del Tratado del Elíseo se permitieron presentar un conjunto de iniciativas importantes sin presentarlas a la Convención como documentos de trabajo, que es lo que está convenido. Como argumentos de oportunidad se pueden comprender, como argumentos de fondo resultan infantiles frente a lo que se nos viene encima.

Del lado del eje franco-alemán y del resto de países que no han firmado la carta se nos cuenta que ya está claro quién es quién en la UE, quiénes son peones de los norteamericanos y quiénes mantienen la personalidad de la autonomía europea.

Como argumento de oportunidad se entiende, como argumento de fondo es para compungirse sobre la envergadura intelectual del debate que se avecina: los partidarios de la coca-cola contra los partidarios del champán. ¡Qué nivel!

Imaginemos por un momento que la fórmula del presidente del Consejo Europeo que se perfila como una solución para garantizar la coherencia de la UE en materia de política exterior y de seguridad estuviera ya aprobada y tuviéramos como presidente de la UE a Aznar, a Junker, el luxemburgués, o al propio Tony Blair. Es un puro ejemplo de simulación de lo que pasaría con una Europa ampliada a 27 miembros.

El conflicto de Irak se presenta y el flamante nuevo presidente de la UE acude a negociar con Bush en la Casa Blanca. A la semana siguiente, ocho jefes Gobierno firman una carta en apoyo al presidente norteamericano y los otros diecinueve restantes se niegan a firmarla. ¿Qué haría entonces el flamante nuevo presidente del Consejo Europeo? Seguramente caer en una profunda melancolía y pensar obsesivamente en la jubilación anticipada.

Me parece una banalidad intentar demostrar que el ganador de esta situación será EE UU por mucho tiempo, y algo tan necesario y tan vital para la seguridad y la estabilidad internacional como es el diálogo transatlántico entre europeos y norteamericanos se desvanecerá en una disputa permanente entre europeos. Nos espera una buena temporada de reproches mutuos.

Finalmente, surge la evidencia de nuestro gran problema como europeos, al menos, de los que somos europeístas convictos y confesos, como es mi caso. Están fallando lamentablemente nuestros líderes. Todos. Los del eje y los del antieje. Los pronorteamericanos y los antiamericanos. Hemos entrado en un periodo donde la política pequeña, de corto recorrido, se ha impuesto a la gran política.

Cada vez me resulta más insoportable que a los europeístas nos traten de románticos y angelicales. Desde luego, nuestros líderes actuales, tan pragmáticos y tan pegados, cada uno de ellos, a su propia realidad nacional nos están llevando a la división y a la fractura interna. Sinceramente, creo que nos están a la altura de las circunstancias. Todos.

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