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Columna
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No se acabó la diversión

Parece que por fin se aprobará la directiva que puede iniciar un largo y complejo camino en la armonización fiscal europea. Aunque las noticias que han aparecido no revelan la realidad de la medida, que es sin paliativos muy tímida.

Los titulares dicen que 'los Quince llegan a un acuerdo sobre la directiva de la fiscalidad del ahorro', pero no se trata de unificar la fiscalidad del ahorro, sino sólo de establecer la mutua información entre los Estados miembros sobre el pago de intereses a particulares, sin tocar los sistemas de gravamen.

Si consideramos que para llegar a semejante acuerdo han pasado nada menos que cinco años largos, la desesperanza cunde en cuanto a la necesaria, prefiero decir imprescindible, armonización de los impuestos directos en el entorno de la Unión Europea. Con lo que se mantiene el sistema de posible competitividad fiscal. En materia de ahorro su tributación incide directamente en su retribución neta y, por consiguiente, en el destino de la inversión.

La carencia de unidad provoca distorsiones en la aplicación de fondos que generan claras faltas de competencia interna, si a esto le añadimos los retrasos incomprensibles en dar luz verde al reglamento de la sociedad anónima europea, los escasos avances en la regulación del derecho de sociedades y la balbuciente reforma de la sociedad cotizada nos conduce a darnos cuenta del larguísimo camino que queda por recorrer para tener un real y verdadero mercado único.

No se acierta a comprender cómo a estas alturas de la historia no se percibe que los impuestos sirven y deben servir para recaudar recursos para el Estado, desde una neutralidad económica fundamental. Y en materias técnicas la estabilidad tributaria debería de funcionar por sí sola. La ampliación de la Unión aportará, sin duda, la definitiva ruptura de la adopción de acuerdos por unanimidad y la simplificación de los procedimientos y las mayorías. Entre otras razones porque en caso contrario la operativa sería literalmente imposible, además de los avances en la cultura del europeísmo.

Si bien resulta sorprendente, quiero decir, que me resulta sorprendente a la par que incomprensible que existan reticencias, por no decir oposiciones frontales, a temas tan nítidos como la unidad europea frente al exterior tanto militar como de relaciones internacionales, ya fueran políticas o comerciales.

Parece como si se estuviera jugando a hacer Europa en vez de hacerlo realmente. Por una parte, y por qué no confesarlo si es cierto, hay unos que se conforman con levantar las fronteras y tener una moneda común y cuatro cosas más, y otros -me incluyo- que quieren una Europa común, un Estado único, sí.

Espero que llegue un día en que se produzca el cambio cualitativo -totalmente parangonable a la introducción del sufragio universal- en que Europa deje de ser una especie de organización internacional para llegar a ser una verdadera unión.

Estos días nos sorprendemos de la noticia ocurrida en el Foro de Davos de que una macroencuesta revela la separación que se da entre gobernantes y gobernados, como si unos y otros fueran por caminos distintos, como si lo que hacen unos no interesara nada a los otros. Porque, vamos a ver, si el Estado está para proporcionar convivencia y bienestar, cómo puede ser que los gobernados no comprendan lo que hacen los que mandan ¿Es que no lo explican? ¿Es que no lo saben explicar? O, tal vez, será que no lo pueden explicar. Esto aplicado al panorama de nuestro viejo continente resulta desolador. Parece mentira que algo que podría ser la primera potencia mundial contemple impasible lo que hace el que es la primera mundial de verdad, y todos tan contentos.

Volviendo a la, supuesta, directiva de la fiscalidad del ahorro, lo que realmente hace es iniciar el camino de la eliminación del secreto bancario, que no es poco, pero insuficiente.

Nos damos cuenta de que todavía hay países cultos, civilizados, democráticos, libres donde hay instituciones que protegen la opacidad, la insolidaridad y todo lo que eso lleva consigo, y que son socios y compañeros de viaje nuestros. Me suena a auténtica vergüenza. Supongo, espero, deseo que los hombres seguiremos avanzando hacia un mundo más racional, pero, entretanto, me desasosiego.

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