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Columna
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Así es si así os parece

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay asegura que al Gobierno le va mal, entre otras razones, porque la economía ya no es lo que era ni en crecimiento ni en inflación. Según el autor, el Ejecutivo 'sobreactúa' para conseguir el aplauso

Pretender ingenuidad a estas alturas de la vida resultaría un exceso por mi parte. Un poco más de indulgencia puede merecer mi sincero asombro ante la mayúscula operación de distracción de la opinión pública en que se ha embarcado el Gobierno del señor Aznar a propósito de las reformas del Código Penal, la Ley Penitenciaria, la Ley de Enjuiciamiento Criminal y la Ley del Consejo del Poder Judicial.

Un asombro que en nada atenúa mi indignación por el colosal fraude de un debate, cuajado de llamadas a la santa indignación contra el terrorismo y acompañado de los habituales mensajes -nada subliminales, por cierto- que relacionan la fortaleza de las convicciones democráticas y la firmeza en la lucha contra el terrorismo con la aceptación incondicional de las medidas propuestas por el Gobierno.

A riesgo de perder perfiles y endurecer las perspectivas, reduzcamos la situación a su desnudo esqueleto: al Gobierno le va mal; hace un año que no levanta cabeza ante la opinión pública; tuvo una huelga general y una primera oleada de indignación social; se batió luego en retirada ante la reforma laboral; Aznar perdió el debate presupuestario frente a Zapatero; la economía ya no es lo que era ni en crecimiento ni en inflación ni en otras muchas cosas; y, por si fuera poco, además del maldito tema sucesorio, llegó el Prestige. Y, como resultado, no sólo Galicia sino el mundo informativo (es decir, el relevante a efectos políticos) se llenó por mucho tiempo de oscuro chapapote, resistente al tratamiento.

Nada más útil, para el Gobierno, que un debate sobre la firmeza ante el terrorismo para olvidar la incomodidad de la gestión cotidiana

En ese marco de adversidades, nada tan útil como un debate sobre la firmeza ante el terrorismo -llamarle debate es muy piadoso- para olvidar la incomodidad de la gestión cotidiana. La atención pública está asegurada; la oposición limitada en su actuación y en sus pronunciamientos; y, como se buscaba, el centro de la escena vuelve a corresponder al Gobierno, que ensaya cada día un nuevo argumento con el que confirmar a una opinión pública ya convencida de lo odioso de la persistencia del terrorismo.

Reconozcamos que la retórica puede llegar a ser un arte. Pero también puede ser artera. Si se quiere exagerar cabe recordar que algunos charlatanes de feria, de vibrante retórica, no sólo conseguían vender frascos de crecepelo a algunos calvos sino, también, peines. Lo que, indudablemente, tenía su mérito. No ha quedado acreditado, sin embargo, que ni lo uno ni lo otro redundase en la mejora capilar de los clientes.

Más en serio, la jueza de vigilancia penitenciaria Ruth Alonso ha señalado en una intervención radiofónica de extraordinaria claridad que en los más de 300 casos de reinserción de condenados de ETA en que ha intervenido su juzgado, la legislación aplicable era la correspondiente al Código Penal de 1973. Es decir, la reforma de 1995, que fue objeto de amplio consenso, ni siquiera ha tenido ocasión de aplicarse. Y, como se ha dicho, estamos debatiendo sobre una reforma que, dada la irretroactividad de las normas penales, no sería visible, en el mejor caso, hasta 2033.

La democracia es un sistema con algunas importantes reglas básicas que se asienta, sobre todo, en la toma de temperatura de una opinión pública capaz de determinar mediante el voto las mayorías y las minorías a la hora de gobernar. Bueno es que así sea. Pero si la capacidad de los Gobiernos para conducir la opinión pública mediante el ejercicio del poder político, el control de medios de comunicación y la influencia en los prescriptores (como ahora se dice) de opinión no resulta adecuadamente compensada por otros mecanismos sociales, el riesgo de inconsistencia social es muy elevado. A nadie puede sorprender, en consecuencia, que la dramatización en una u otra dirección de problemas como el terrorismo sea el origen de una política pendular o de la aplicación de medidas de nula eficacia y duración efímera, en contraste con la reiterada enseñanza de casi 30 años de democracia: la necesidad del máximo consenso para llevar a cabo una política sin bandazos -de Estado- fuere quien fuere el partido que gobierne.

Como resulta obvio, parece que nada de lo dicho en el pasado va a admitirse en el presente. Habrá reforma. Se hará con consenso o sin él, según ha querido dejar claro el presidente. Aunque, lamentablemente, nada de lo que se haga en este terreno tendrá incidencia en adelantar el final del terrorismo.

Puestas así las cosas, el interés por el debate no es otro que el de su reflejo en la opinión pública a efectos electorales. ¿ Y le parece poco?, pensarán algunos. La verdad es que sí. Me siento bastante más cerca de los que, de buena fe, creen en la necesidad de intensificar el esfuerzo en la lucha contra el terrorismo y que, sin embargo, se verán defraudados y engañados. Es mejor que abandonen toda esperanza de que estemos dando pasos hacia adelante. En este malhadado debate sobre el cumplimiento íntegro de las penas, de antiguas resonancias populares, ETA no es la cuestión.

Somos espectadores de una obra de conmovedor argumento en la que una trouppe de malos actores sobreactúa para merecer el aplauso de los espectadores. No dan el nivel pero no faltará quien piense que se esfuerzan. Y si eso ocurre, podrán seguir levantando el telón la próxima temporada desde el mismo escenario. No es otro el objetivo.

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