Agitación en las horas del tránsito
Una de las frases más escuchadas en la sesión de ayer fue que el dinero seguía de vacaciones de invierno. Se despreciaba, de este modo, los innumerables avances tecnológicos que permiten comprar y vender acciones desde cualquier parte del mundo en cualquiera de los mercados de valores. El desprecio se hizo, como siempre, en un intento de justificar lo obvio, que no es otra cosa que la desconfianza en el futuro.
El estreno del año se ha producido como siempre, con alharacas y manifestaciones exageradas, con mucha algarabía. Ha sido el inicio de año esperado desde siempre, a pesar de esa gran dosis de cautela que lo domina todo, aunque nada ha cambiado desde la sesión de lunes que despidió 2002.
Hay en los anales de la Bolsa ejemplos abundantes sobre comienzos de años festivaleros, con garra y estruendo. Incluso cuando han pintado bastos. Ello ha permitido acuñar un término que hasta el mediodía de ayer parecía está en desuso. Se trata del efecto enero.
Contaban los observadores y analistas antaño en sus crónicas que el mes de enero tiene algo de proyección mágica sobre el resto del ejercicio, de tal modo que un mes de enero en alza determinaba ganancias anuales.
Hay momentos, sin embargo, en que estallan las estadísticas y el efecto enero no tiene esa aurea capaz de animar a los inversores. El aquí y ahora de los mercados sigue aquejado de debilidad, porque la incertidumbre, el peor aliado del dinero, es importante.
Decían ayer algunos especialistas que el tránsito de un año a otro no concluye en un día. Las sesiones próximas estarán marcadas por los diferentes ajustes técnicos que propiciarán los grandes fondos de inversión. Es posible que el mercado español tenga un peor comportamiento relativo en Europa, porque el año pasado fue de los que menos bajó.