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Columna
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Queridos Reyes Magos...

Una vez más, desde que os enviase mi primera carta abierta a finales de los ochenta, me vuelvo a dirigir a Vuestras Majestades desde estas páginas y con la misma esperanza de ver atendida alguna de las expectativas personales ante el nuevo año.

Desde entonces habréis podido suponer que al dirigirme así a Vuestras Excelencias de sobra sabía que no desvelaba con ello un ápice más de lo que ya de por sí está desvelada la intimidad de cada cual en una sociedad de masas.

Pues en ellas, todo se estandariza y encasilla, de modo que mis aspiraciones son bastante predecibles y en poco, o nada, diferirán de las de otros con profesiones e ingresos semejantes y que se asimilan a las diferentes tribus en que se nos tipifica.

Pero aun así bien sabéis que lo que buscamos, los que todavía confiamos más en que el futuro está en nuestras manos mejorarlo que en recibir dádivas de los poderosos, es sentirnos individuos singulares y distintos.

De forma que, aunque las circunstancias digan lo contrario, podamos seguir creyendo que la providencia del Creador se ocupa de cada uno de nosotros como si nadie más existiese en el mundo.

Para lo cual siempre es de agradecer que desde Vuestra Magnanimidad, en la mañana de la Epifanía, nos lo refrendéis con algún presente íntimo, aunque sea de carbón, pues será el signo de que alguien está pendiente de nosotros.

Y lo hace más desde su generosidad que atendiendo a nuestros escasos desvelos por los demás, pues sé que disculpáis los sofocos por mejorar antes en el organigrama o en las estimas profesionales que dejan poco resuello para lo que atañe a ennoblecer sentimientos más personales.

Hasta el extremo de estar siempre prestos para auxilio de poderosos y remolonear para ayudar a los que la fortuna les ha sido esquiva. O mirar hacia otro lado para no tener que preguntarnos qué hacemos en favor de una sociedad más solidaria y libre.

Quizá porque lo fácil es convencerse de que nuestras responsabilidades no van más allá de nuestros asuntos, ni podemos hacer nada ante la escalada bélica que anuncia el Emperador. Sin que haya aclarado con qué efectividad, especialmente para los derechos humanos y las libertades de los pueblos, se ha saldado la aventura de Afganistán, ni dónde quedará el derecho de gentes si todo se fía a emprender cruzadas sin explicitar a favor de qué buena nueva, que no sea la de los intereses petroleros, se urden.

Es, desde esta confusión, por lo que un año más tengo que suplicaros que mováis los corazones de los mandamases, si bien al repasar misivas anteriores he comprobado que ya se clamaba por los dramas de Oriente Próximo y Chechenia, por decir algunos, por las angustias del hambre y el deterioro de las libertades y del raciocinio.

No quisiera que en ello vierais atisbos de crítica a vuestra gestión, pues supongo que alguno de vuestros pajes se encargará de evaluar resultados de vuestros periplos anuales.

Y también de sopesar la receptividad de vuestros afectos con los pobladores de sociedades ricas a la vista de la insensibilidad de sus opiniones públicas ante los intereses mezquinos de más de uno de sus dirigentes y de no pocas instituciones. Incapaces de reaccionar ante las tragedias cotidianas, pero diligentes al silenciarlas con la complicidad de muchos de los que opinamos en los medios.

Corren tiempos de desilusión, que aquí se han visto agudizados al constatar que nuestra sociedad es mejor que los que administran ahora los asuntos públicos.

Ante la evidencia de sus desaciertos, no tienen mas retórica que apelar a jurar por su honor de no haber mentido o a pedir disculpas por si se hubiesen equivocado.

Y como no veo que cambien los gestos ceñudos de quienes gobiernan, ni quienes aspiran a sustituirles parecen sobrados de más ideas que los lugares comunes con que se tejen programas electorales, parece imposible que podáis dejarnos algunos gramos de ilusión para el futuro.

A no ser, claro es, que lo exprimáis de ese caudal de solidaridad que late en muchos jóvenes. Que en vez de protestar por sus empleos precarios, la escasez de viviendas o la falta de horizontes vitales, no ven demagógico que les fotografíen sacando chapapote. Ni dudan en esperar pacientemente a que les coordinen los que alardeaban de tenerlo todo controlado.

No tengo, pues, el ánimo para pediros otra cosa que esperanzas en que, a pesar de las bravatas inhumanas de Washington, la arrogancia que siempre embarga a quienes moran en La Moncloa o la falta de credibilidad moral y gerencial de muchos líderes empresariales, las cosas puedan cambiar.

Y que en lo particular me sigáis colmando de ilusión por nuevos proyectos, pues bien conocéis que vivo de vender ideas diferentes y sugerencias complejas.

Lo cual, en épocas sombrías, cuando se contrata mejor a quienes copian papeles o repiten las recetas de antaño, es algo de aceptación incierta. Si bien forja el espíritu para cuando vuelva el glamour y poder volver a acariciarlo con sus nuevas tersuras.

Por lo que si todavía os queda margen para el despilfarro, no dudéis en enviarme una Scott Fitzgerald de punto fino. Pues no viene el mañana para brochazos de estrategas.

Entretanto quedo postrado ante Vuestros Majestuosos pies o los también ilustres de pajes y jefes de protocolo, como corresponde a la plumífera condición a la que estoy asimilado. A sabiendas de que tan humillada posición siempre será más digna que la de los que sucumbirán a las tentaciones del Pentágono.

O las de aquellos directivos que penan, en la cúspide, simplemente porque hace tiempo que nadie les requiere. Sin reparar que son muy pocos los privilegiados a los que les guía la estrella hasta el misterio y la gloria. Y les deja seguir confiando en la benevolencia del Altísimo.

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