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La Atalaya

El doble rasero de Bush

La decisión de George Bush de buscar una solución diplomática a la crisis planteada por Corea del Norte mientras continúa con sus preparativos bélicos contra Irak ha causado perplejidad no sólo en el resto del mundo, sino también en importantes sectores políticos y diplomáticos de EE UU. El pasado martes, Warren Christopher, secretario de Estado en el primer mandato de Bill Clinton y subsecretario de Estado con Jimmy Carter, expresaba esa perplejidad en el New York Times, en un artículo titulado Corea del Norte es más urgente. Christopher pide a Bush que abandone su 'fijación' con Sadam Husein y evalúe sus prioridades antes de atacar Irak. Para el ex secretario de Estado, el terrorismo internacional y la decisión de Corea del Norte de reiniciar su programa de rearme nuclear son amenazas más directas contra EE UU que Sadam.

El razonamiento de Christopher se basa en la lógica del sentido común. Mientras que Irak carece de armamento nuclear y se calcula que tardaría al menos un año en desarrollar un ingenio atómico, si tuviera acceso al plutonio necesario, la CIA tiene constancia de que Corea del Norte posee ya dos bombas nucleares y capacidad para fabricar otras cinco en meses. Además, Pyongyang cuenta con misiles de 1.500 kilómetros de alcance, mientras que a Irak sólo se le supone la posesión de una docena de viejos Scuds no destruidos en la primera guerra del Golfo, que, caso de ser utilizados contra Israel, serían fácilmente abatidos por las defensas antimisiles Patriot.

¿Por qué esa diferencia de tratamiento en las dos crisis? La Administración Bush cree que Irak es una amenaza mayor que Corea del Norte porque Sadam pretende convertirse en un poder hegemónico regional y extender su dominio a otros países de la zona con la consiguiente amenaza al suministro de crudo a Occidente y a la existencia de Israel, mientras que la Corea de Kim Jong Il, con una hambruna que ha causado dos millones de víctimas, sólo aspira a la supervivencia. Otro dato importante. Mientras Sadam es considerado un héroe por las masas árabes por su desafío a Occidente, el dictador coreano sólo es apoyado por su Ejército. Incluso sus aliados teóricos y vecinos reales, China y Rusia, le han advertido de los peligros de reanudar el programa nuclear.

Cuando escribe sobre la amenaza coreana, Christopher sabe de lo que habla. Fue él, como jefe de la diplomacia estadounidense, el arquitecto del acuerdo de 1994 entre Pyongyang y Washington, en virtud del cual Corea del Norte se comprometía a abandonar su programa nuclear a cambio de ayuda económica. Como perfecto conocedor de las interioridades de la política washingtoniana, sabe por experiencia que, una vez desatada una crisis, la Casa Blanca es absorbida por esa crisis sin tiempo para ocuparse de otros problemas. Y eso es lo que teme. Que si finalmente Bush ordena un ataque contra Irak, la lucha contra el terrorismo internacional y la amenaza de una Corea del Norte nuclearizada con un liderazgo impredecible pasarán a un segundo plano. Un temor compartido por dos aliados clave de EE UU en el noreste asiático, Corea del Sur y Japón, que no estarían dispuestos a permanecer impasibles ante la amenaza norcoreana. No pasaría mucho tiempo antes de que la derecha nacionalista japonesa exigiera a su Gobierno una defensa nuclear, si viera que el actual paraguas protector estadounidense sobre el archipiélago nipón comenzara a plegarse para atender otras tormentas.

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