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Columna
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Querido Bill, querido Al

Los anteriores presidente y vicepresidente de EE UU, Bill Clinton y Al Gore, han asumido la pasada semana un cierto protagonismo. Clinton, por su notable articulo de prensa sobre el liderazgo moral de EE UU, y Gore, por su espléndida carta de despedida en la que anunciaba su decisión de no presentarse a las próximas presidenciales. El artículo de Clinton y la despedida de Gore tienen un denominador común: alertar al mundo de que lo que está decidiendo la Administración republicana en el poder puede ser la semilla de un notable desorden en la comunidad internacional en los próximos años.

Que el gran resultado electoral cosechado por el presidente George W. Bush iba a reforzar al sector más ultraconservador del Partido Republicano era predecible. Sin embargo, las últimas decisiones tomadas en el ámbito de la seguridad nacional norteamericana y la posibilidad cada vez más próxima de una guerra contra Irak han terminado por inquietar no sólo a los anteriores presidente y vicepresidente de EE UU, sino a una gran parte de la comunidad internacional.

Me refiero a las últimas disposiciones relativas a la autorización presidencial para que la CIA pueda eliminar a una lista de terroristas, acudir al soborno de periodistas y utilizar la contrainformación incluso en las sociedades de países aliados. En el plano de la guerra contra Irak me ha llamado la atención el anuncio de que todos los países que participen en la guerra tendrán también derecho al botín y que los gastos militares en que incurriesen se pagarán con una participación sobre el petróleo iraquí, en una versión moderna del derecho a repartirse el despojo del vencido. Así la guerra saldrá gratis y no afectará a las finanzas públicas.

Lo que me deja perplejo es la tranquilidad con que se han recibido estas noticias, particularmente en nuestro país. Aquí en España tuvimos episodios de guerra sucia contra el terrorismo de ETA durante la transición y no sólo en la época en que gobernábamos los socialistas. Lo pagamos muy caro en los tribunales y frente a la opinión publica.

El actual presidente del Gobierno, Aznar, hizo del respeto de la legalidad y de las reglas del Estado de derecho un argumento mayor para terminar con el Gobierno socialista. La democracia no permitía atajos en la lucha contra el terrorismo; sólo la justicia y los tribunales estaban legitimados para responder a la barbarie y al crimen de los comandos de ETA.

Parecía una posición noble y correcta que se sustentaba en un problema de principios. Por eso me choca que ahora que el Gobierno estadounidense ha autorizado la guerra sucia contra el terrorismo no se haya producido la correspondiente indignación del presidente Aznar y no haya osado decirle al presidente Bush, en su reciente entrevista, que un Gobierno como el español no puede comprender ni consentir que la CIA ejecute el trabajo de eliminación física de un terrorista.

Sería tremendo que, llegado el caso, un terrorista de Al Qaeda que figure en la lista de los abatibles fuera localizado y eliminado por la CIA en España con la anuencia y la complicidad del Gobierno español mientras purgan sus penas en prisión quienes cometieron hechos similares en el pasado. No pretendo ni de lejos encontrar un argumento para justificar la guerra sucia, simplemente manifestar mi perplejidad acerca de la conducta del Gobierno español en un asunto que crispó y erosionó la vida política española durante bastantes años.

Igualmente, no entiendo la amabilidad de nuestro presidente para no sentirse molesto con la posibilidad de practicar la contrainformación apelando al soborno de periodistas. No soy tan ingenuo como para no saber que la contrainformación y el soborno son parte del trabajo de cualquier servicio de información. Lo que me preocupa es hasta qué punto el Gobierno norteamericano puede instrumentar la opinión pública española a favor de sus intereses exclusivos difundiendo información falsa en nuestro país.

El episodio del carguero coreano que transportaba los misiles Scud al Yemen muestra que el Gobierno norteamericano tiene un profundo sentido instrumental de sus aliados. Los intereses españoles en Corea del Norte son inexistentes, pero ¿qué puede ocurrir si la contrainformación nos lleva a una situación de enfrentamiento con un país tercero que lesione gravemente alguno de los intereses vitales del Reino de España?

Querido Bill, querido Al, comprendo vuestras inquietudes. La política exterior de la Administración republicana puede generar más inconvenientes que ventajas para vuestro país. Si yo fuera ciudadano norteamericano votaría al partido demócrata. Pero lo tenéis muy difícil. Sobre todo si desde fuera nuestros dirigentes se afanan en aceptar ciertas decisiones que no hace mucho tiempo consideraban como repugnantes y horribles. ¡Que la hipocresía es uno de los grandes defectos de la condición humana ya lo sabíamos, pero, no tan claro, no tan claro!

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