Y los sueños, caros son
Posiblemente para concursar a esos premios que suelen ingeniar los organismos públicos como forma encubierta de publicidad, José Hierro escribía sobre la Lotería Nacional en el diario Madrid del 20 de diciembre de 1961 y la definía como 'una forma concreta y pequeña de la poesía', siendo cada sorteo 'una meta ansiada y soñada durante unos días. Una vez sufrida la decepción, la ilusión vuelve a acompañar al jugador hasta el siguiente sorteo'.
No consiguió gran cosa en el concurso periodístico, radiofónico y de televisión de ese año ni de ningún otro año, de modo que nuestro premio Cervantes no figura en las listas de personajes premiados, algunos incluso en varias ocasiones, como Jaime Capmany, Francisco Umbral o Manuel Martín Ferrand.
Pero, a pesar de ello, no cabe duda de que José Hierro penetró en el espíritu que alienta a los jugadores con un texto premonitorio del actual eslogan cada Navidad tus sueños juegan a la lotería y, por si ello fuera poco, desveló las claves de esa estrategia tendente a conseguir que los sueños de los españoles puedan renovarse a diario con una sucesión interminable de loterías, quinielas, bono lotos y loterías primitivas.
Pagar una vivienda de precio escandaloso, garantizar la supervivencia si se pierde el empleo temporal, salir del paro pudiendo montar un pequeño negocio, viajar a un paraíso alejado de la insoportable ciudad donde se reside y tantos otros sueños, pueden avivarse cada día del año, sobre todo si se hace caso omiso de las elementales reglas de la probabilidad que indican que obtener el primer premio de la Lotería de Navidad es el resultado de dividir el único caso favorable por los 66.000 números distintos que entran en juego y que acertar los seis números de una lotería primitiva es el cociente entre la única combinación ganadora y las 13.983.816 combinaciones que pueden hacerse con los 49 números posibles en este juego tomados de seis en seis.
Pero el caso es que, para poder participar en el sueño de que nos toque el premio gordo de la Lotería el próximo domingo, día 22, los españoles hemos de gastar la nada desdeñable cifra de 2.376 millones de euros, perdiendo el colectivo de jugadores los 712,8 millones de euros que no se reparten en premios.
Para renovar nuestras ilusiones, a lo largo de todo el año 2001, los españoles tuvimos que gastar en las loterías y apuestas del Estado un total de 7.545,2 millones de euros, un 9,7% más de lo que habíamos gastado para soñar durante el año 2000 y un 102% más que los 3.736 millones de euros gastados en 1990 (lo que en términos constantes supone un incremento del 35,7%). Y durante el año que ahora termina, debido además al aumento de precios que se ha registrado en las apuestas estatales, pueden batirse todos los récords históricos de ese vertiginoso crecimiento.
Ala segura frustración que generará a la práctica totalidad de la población española el sorteo del próximo domingo se añadirá, también con mucha seguridad, la comprobación de que la suerte no ha compensado las inacabables desgracias acarreadas por el vertido de crudo en las costas gallegas, para cuyos afectados se ha arbitrado un sorteo especial, ni ha servido para redistribuir rentas desde los más pudientes a los más necesitados.
Quien sepa el destino de los beneficios que reporta el conjunto de juegos estatales tampoco encontrará excesivo consuelo por sus pérdidas. En 2001, por ejemplo, del total de 1.997 millones de euros de beneficios el Tesoro Público se quedó 1.863 millones, las comunidades autónomas y otros entes 110 millones y, como beneficiarios de sorteos finalistas, algunas instituciones como la Cruz Roja y la Asociación Española de Lucha contra el Cáncer, recibieron los 24 millones de euros restantes, destinos como se ve muy alejados de los que inspiraron el Real Decreto de 30 de septiembre de 1763, mediante el que el Marqués de Esquilache introdujo la lotería en España, y que decía que 'si hubiese alguna ganancia se convierta en beneficio de hospitales, hospicios y otras obras pías, y públicas, en que se consumen anualmente muchos caudales de mi real erario'.
Pero da igual. Seguiremos jugando y hasta emocionándonos con el soniquete de los niños cantores porque, volviendo a José Hierro, la lotería, como la poesía, 'permite llenar huecos melancólicos de nuestra existencia'.