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Tribuna
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El fin de la cautividad

Juan Ignacio Crespo Director de análisis de Lipper

Vamos acercándonos al final del año y lo que llegó a llamarse cautividad fiscal de los fondos de inversión está a punto de desaparecer. Esa cautividad fiscal tenía que ver con el tratamiento tan favorable que, a la hora de pagar impuestos, tienen los fondos de inversión desde comienzos de la década de los noventa, cuando una nueva legislación permitió que las plusvalías generadas por un fondo tributaran de forma decreciente con el paso del tiempo, y terminaran con tributación cero una vez transcurridos 15 años. Este tratamiento fiscal provocaba un efecto no buscado por el legislador: muchos partícipes de fondos, descontentos con cualquiera de las características de su inversión, desde las comisiones elevadas a la rentabilidad obtenida, terminaban por resignarse y permanecer en un determinado fondo antes que reembolsar sus participaciones y terminar pagando impuestos.

Desde entonces, ha sido noticia en varias ocasiones el tratamiento fiscal de las plusvalías generadas por los fondos de inversión pero nunca más ha vuelto a hablarse del impuesto de sociedades que tiene que pagar el propio fondo, que hasta 1990 era del 13% y que, con la reforma mencionada, pasó a ser del 1%.

Las sucesivas modificaciones del tratamiento fiscal de los fondos de inversión fueron reduciendo el plazo a partir del cual se pasaba a tributar a un tipo fijo, normalmente más bajo que el marginal de cada partícipe, pero con la desventaja de que ni aún pasando 15 años se dejaba de tributar por las plusvalías generadas por las aportaciones nuevas a un fondo.

Los gestores de fondos han perdido la confianza de los partícipes y el cambio del tratamiento fiscal es la ocasión para empezar a recuperarla

Después llegó el estallido de la burbuja y es ahora -cuando las plusvalías acumuladas por los fondos de Bolsa a finales de la pasada década han desaparecido- cuando la ley va a conceder a los partícipes la posibilidad de que puedan cambiar su inversión de un fondo a otro sin tener que tributar por ellos.

Este cambio en la legislación, además de venir en un momento en el que ya no podrá proporcionar la felicidad que de él se esperaba, es un arma de doble filo. Para los partícipes que tienen plusvalías acumuladas será, sin duda, ventajoso, pero en la contradanza de movilizaciones de fondos que pudiera provocar, terminará por inducir equivocadamente a algunos a materializar las minusvalías que la caída de las Bolsas les ha provocado.

El cambio en la fiscalidad de los fondos llega en un mal momento. Un momento en el que la confianza en los gestores de fondos de inversión (también de fondos de pensiones) está francamente disminuida. Además, se produce un fenómeno psicológico masivo, que tiene que ver con la necesidad de tranquilizarse buscando un chivo expiatorio: no importa que la Bolsa esté cayendo y que, como consecuencia, los fondos que invierten en Bolsa estén acumulando pérdidas desde hace ya casi tres años; la frase más escuchada es que los fondos 'van muy mal'. Quizá se explique este fenómeno porque la cartera de valores en que invierten los fondos la toma el gestor, a diferencia de lo que ocurre con la inversión individual en Bolsa. Pero lo cierto es que los gestores de fondos han perdido la confianza de sus partícipes, y el cambio de tratamiento fiscal es una magnífica ocasión para empezar a recuperarla ofreciéndoles los productos adecuados: productos que puedan funcionar bien en una etapa de elevada volatilidad como la actual y, previsiblemente, futura. Lo que no está claro es que todo el mundo lo esté entendiendo así. Lo que casi garantiza los próximos disgustos.

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