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Columna
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Encrucijada

Postergar la toma de decisiones sobre temas impopulares es una tendencia universal. Carlos Solchaga apunta hacia la Unión Europea y la falta de respuestas a los problemas de la ampliación

Conforme se van aproximando los momentos decisivos de la ampliación de la Unión Europea a los 10 países previstos y de responder de manera inequívoca a las solicitudes de negociación de Turquía se va viendo claramente que la UE se encuentra en medio de una encrucijada. Cuando leía hace pocos días sobre el asalto de los agricultores mexicanos al Parlamento, quejosos por la apertura de los mercados de sus productos que tiene que producirse el próximo 1 de enero, no podía por menos que pensar en cuán universal es la tendencia de los responsables políticos de todas las latitudes de postergar hasta donde se puede la deliberación y la toma de decisiones sobre temas impopulares. Después de todo, la liberalización del comercio de productos agrícolas y alimenticios de México el año que viene era un compromiso que figuraba en el Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos y Canadá hace ahora 10 años, periodo que se suponía que debía haber sido suficiente para preparar el sector primario mexicano para la competencia.

Otro tanto parece haber pasado en la Unión Europea con los problemas relativos a la ampliación. Todo el mundo conoce que una solución razonable de los aspectos políticos y presupuestarios relacionados con este proceso pasaba y pasa por una reforma en profundidad de la política agraria común y de los llamados fondos estructurales. Es altamente probable, por otro lado, que para hacer graduales los efectos de esas reformas sobre los países beneficiarios de las políticas correspondientes resultaría altamente conveniente considerar la creación de un nuevo recurso presupuestario de carácter comunitario. Pues bien, en nada de esto se ha avanzado en los últimos años de manera seria. Los acuerdos franco-alemanes sobre los límites de las nuevas perspectivas a partir del año 2006, y el empecinamiento en mantener y no enmendar la PAC no pueden considerarse respuestas sólidas y consistentes a los problemas planteados. La precariedad de los mismos se pondrá de relieve no sólo por la insatisfacción que habrán de manifestar los nuevos miembros de la UE por lo que a todas luces se puede considerar un trato discriminatorio, sino también a la hora de establecer el marco de referencia para la negociación de la entrada de Turquía en el club, como si ésta no presentara ya suficientes problemas por sí misma.

Algunos -señaladamente J. Delors, entre otros- manifestaron hace mucho tiempo su preocupación por abordar el proceso de ampliación sin haber resuelto previamente lo que ellos llamaban la profundización de la UEM. No les faltaba razón desgraciadamente, y en la encrucijada actual, junto con los problemas derivados de la ampliación, crecen los relacionados con el tamaño del presupuesto de la UE, los que afectan a la interpretación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y, lo que es mucho más grave, los que empiezan a surgir de la falta de coordinación y armonía en la orientación de la política macroeconómica de los principales países miembros (léase Francia y Alemania, pues la autonomía de la política inglesa ha sido un hecho insoslayable desde que la libra esterlina abandonó el Sistema Monetario Europeo). Algún día estos minilíderes que encabezan los responsabilidades políticas en nuestros países deberían empezar a hacer sus deberes en vez de ir arrumbando los temas problemáticos en el desván de la UE. Cuanto más tarden en afrontar su responsabilidad, tanto más difícil será solucionar esos problemas.

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