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La opinión del experto

Un enemigo... ¿un tesoro?

Alberto Andreu diserta sobre la necesidad de tener amigos, pero también de la importancia de tener adversarios. Y si no, que se lo digan a Mozart con su rival Salieri

Hace unos días cayó en mis manos la siguiente cita: 'Triste es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque el que enemigos no tenga, señal es que no tiene: ni talento que haga sombra, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni honra de la que murmuren, ni bienes que se codicien, ni cosa buena que se envidie'. Ahí es nada.

Pues bien. ¿Sabe usted de quién es esta perla? Pues de José Martí, el poeta-guerrero padre de la independencia cubana. Cuando la leí, le confieso que me asusté. Pero después me di cuenta que en ella estaba, en esencia, el tema de la tribuna de hoy: de cómo es imposible (o casi) crecer por las organizaciones sin dejar algún enemigo a la espalda, sin contabilizar bajas en tus relaciones personales y profesionales, sin poder concertar el aplauso de todos y sin ser profeta en tu tierra.

Quizás algunos de ustedes hayan pasado más de una noche sin dormir por no querer asumir esta miserable realidad. Pues bien. Si todavía está usted convencido de que no tiene enemigos, permítame ofrecerle unas ideas para que, si posible, no se deprima cuando descubra tras el rincón del pasillo la cara de ese rival declarado que usted nunca tuvo por tal.

Una gran terapia contra el enemigo es tenerle cerca. ¿Acaso no es más fácil anticipar los movimientos de alguien a quien tienes cerca que intuir los ataques?

En primer lugar, y quizá le cueste asimilarlo, asuma desde este momento que, por el mero hecho de que las cosas le vayan bien, o le puedan ir bien en un futuro, ya tiene una pequeña nómina de enemigos. Sepa desde ya que eso es así, que siempre es así, que siempre será así… aun cuando íntimamente tenga la conciencia bien tranquila de no haber declarado batalla alguna contra nadie y de no haber actuado de mala fe contra nadie. Las causas de estas inquinas pueden ser tan dispares como seres humanos haya. Por una parte, José Martí, con una precisión infinita, sacó a pasear la envidia como la causa de todas las miserias; la envidia hacia el talento, hacia el carácter, hacia el valor, hacia la honra, hacia los bienes o hacia cualquier otra cosa buena que pudiera tenerse. Por otra, y es una opinión personal, creo que la inseguridad personal, la baja autoestima en uno mismo o el propio reconocimiento de inferioridad es otro buen argumento para aumentar la nómina de enemigos. En este punto, podríamos poner miles de ejemplos (Mozart con Salieri), pero tampoco es necesario. Simplemente convenga conmigo que, por lo general, con la gente inteligente, con criterio y con cosas que aportar, es bastante difícil tener una relación de inquina; podrán tener divergencias, mayores o menores, pero, al final, con ellos es fácil perfilar y definir los problemas y, en su caso, llegar a acuerdos en lo que sume para todos.

En segundo lugar, y por mucho que intente rebelarse contra ello, sepa usted que hacer las paces con determinadas personas es una batalla perdida de antemano. Es curioso, pero, cuanto más intente convencer a alguien de que usted no le hizo nada; cuantos mayores sean sus esfuerzos por agradar; cuantas más manos tienda para arreglar la situación… peor se pondrán las cosas. No me pregunte por qué pero ese suele ser un dato empírico. Quizá sea porque una actitud así de su parte agigante la envidia e incremente la sensación de inseguridad del enemigo. Por ello, créame: no gaste sus energías en tratar de arreglar las cosas con determinados individuos. Así pues, si esta es la realidad (y lo pongo en condicional para no ser dogmático ni, sobre todo, cenizo… ¿qué podemos hacer? Para empezar, creo que el mero hecho de reconocer que los establos huelen a estiércol ya es un buen avance; por lo menos, que no le pille de sorpresa las cosas que pasan.

Otra gran terapia contra el enemigo es, curiosamente, tenerle cerca. Sí; lo que oye: tenerle cerca. Hay gente que cree que el enemigo, lo más lejos, lo mejor. Sin embargo, piense una cosa: ¿acaso no es más fácil anticipar los movimientos de alguien que tienes junto a ti, que intuir los ataques de alguien a quien no puedes ver? Si no me cree, sólo tiene que darse cuenta de que el mundo era más seguro antes que ahora. Antes había un gran enemigo, institucionalizado y oficializado. Hoy nadie sabe de dónde pueden venirle los problemas. Por tanto, no renuncie nunca a tener vías de diálogo abiertas, en directo, o por terceros, con los que se declaren como enemigos suyos. Dejar pasar el tiempo, adormecer el conflicto o, en términos deportivos, enfriar el partido también me parece bastante inteligente. Como dice el refrán, el tiempo da y quita razones y, además (ya lo dijo Cela), normalmente 'gana el que aguanta'. Hace años tuve un consejero delegado (del que guardo un gratísimo recuerdo) que siempre decía que 'el llanto, sobre el difunto'; aquella expresión la usaba para remarcar la necesidad de actuar en caliente, antes que se olvidasen las cosas; creo que hoy, con el paso del tiempo, no aplicaría esta máxima en las relaciones con mis enemigos.

Y, para terminar, la ignorancia o la indiferencia es otra buena receta. No entre al trapo, en términos taurinos; no se enganche en peleas menores; piense que los excesos de sus enemigos debieran ser para usted 'como zumbidos de moscas en sus oídos'. La frase no es mía, es de Mika Waltari, en su novela Sinuhé el Egipcio.

Pues ahí van mis reflexiones sobre la existencia del enemigo. Dice el refrán que 'quien tiene un amigo tiene un tesoro'. Pero, a lo mejor, va a resultar que lo de tener un buen enemigo tampoco va a ser mala cosa. Decía un amigo mío que un 'buen enemigo te dignifica'. A lo mejor te hace más fuerte ante los demás, más dialogante, más frío y más reflexivo.

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