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Tribuna
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Una de concursos

Ricardo Aroca acaba de ganar las elecciones en el Colegio de Arquitectos de Madrid secundado por Bernardo Yncenga como número dos. Ha sido una victoria limpia obtenida a cuerpo gentil frente a los apoyos decididos que Abc, La Razón y El Mundo han brindado a su contrincante. Suceden en el decanato a Fernando Chueca Goitia que llegó en momentos de gravísima escisión y logró pacificar una institución clave, de extraordinaria relevancia para nuestra ciudad. Aroca e Yncenga llegan con una ejecutoria de gran prestigio y plantean un programa de reconciliación de los arquitectos con la Villa y Corte. Pretenden que los arquitectos dejen de ser vistos como los cómplices del promotor insaciable y cumplan su más noble misión al servicio fundamental de los usuarios finales de sus construcciones institucionales o de vivienda. Tienen probado su interés por el urbanismo, tan degradado en las últimas décadas. Ricardo Aroca ha sido director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura e inspirador del Club de Debates Urbanos. Bernardo Yncenga es profesor titular de la misma Escuela, antes lo fue en la Universidad de Berkeley además de haber formado parte del equipo de Joaquín Garrigues en el Ministerio de Obras Públicas durante los gobiernos de Adolfo Suárez.

Se encuentran sobre la mesa muchas cuestiones que deberán sanear. Por ejemplo, la desastrosa situación de los concursos de arquitectura que vulneran abiertamente dos de sus requisitos básicos. Primero, el de asegurar la calidad arquitectónica de la obra pública, y segundo, brindar condiciones de igualdad de oportunidades para todos, incluidos los más jóvenes. La redacción que ahora tienen consigue el efecto perverso de devaluar y erosionar la percepción del buen hacer arquitectónico. Un somero examen del actual estado de cosas, señala Bernardo Yncenga, basta para comprobar que: se convocan menos concursos de los que deberían abrirse; se divulgan poco y tarde; se dificulta la presentación de concursantes; se limitan las oportunidades para preparar propuestas creativas y solventes; se favorece con descaro a las empresas profesionales de los concursos; se empobrece la profesión del arquitecto con rebajas temerarias en los honorarios y se excluye la valoración de la calidad arquitectónica.

Un primer análisis de los 254 concursos convocados entre el 24 de octubre y el 14 de noviembre de este año de gracia ofrece la sorpresa de que siendo las obras de edificación mucho más numerosas que todas las demás juntas, los concursos que a ellas se refieren no alcanzan un tercio del total. De donde se deduce que la inmensa mayoría de los proyectos de arquitectura para edificación pública se adjudican por procedimientos distintos a los del concurso abierto. Además, en muchos casos falta la referencia a la valoración de la calidad arquitectónica de la propuesta, plazos proporcionales a la complejidad de la obra y garantías sobre la composición independiente y prestigiosa del jurado. En realidad muchos de los concursos abiertos son asesorías técnicas encubiertas. El plazo medio entre publicación en el boletín oficial correspondiente y la fecha de entrega es de 21 días, de los que deben restarse los necesarios para obtener las bases. Esta perentoriedad contrasta con el volumen medio de la obra que sale a concurso que es de cuatro millones de euros.

Luego está el caso de los concursos urgentes que tienen el mismo plazo pero afectan obras de un volumen económico cuatro veces mayor, razón por la cual resultan mucho más difíciles de atender. En todo caso resultan incomprensibles los motivos por los que las obras de mayor envergadura, las que necesitan más tiempo en prepararse y aprobarse, se queden en la práctica sin plazo a la hora de convocar sus concursos.

Los pliegos de condiciones de los concursos abiertos prueban que a los concursantes se les exige un cúmulo de documentación administrativa de lenta y laboriosa obtención salvo para gestores especialistas. También debe constar la composición del equipo que pretende llevar a cabo el trabajo, el quién es quién, que debe incorporar además del currículo certificados de satisfacción emitidos por clientes anteriores sin los cuales la obra realizada por notoria que sea deja de ser tenida en cuenta. Croquis, estudios previos y anteproyectos se valoran como una aportación más desprovistos de su condición decisiva. Pero la madre del cordero es la oferta económica, que en los baremos puntúa hasta un 40%, lo cual favorece las bajas descaradas. A partir de aquí se advierten elementos de favoritismo y de desconfianza hacia la arquitectura de calidad. Por todo ello, el Colegio de Arquitectos que ahora empieza su andadura debe implicarse en la búsqueda de soluciones más allá del lamento estéril de forma que en adelante los concursos sean práctica común y limpia que estimulen la mejor arquitectura que tanto se echa en falta. Adelante.

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