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Columna
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La nueva OTAN

En los últimos años se ha producido un notable cambio en las estrategias relativas a la defensa y seguridad en el mundo. No sólo han cambiado de bando los antiguos enemigos, sino que los escenarios de la guerra y la forma de hacerla ya no responden a los esquemas habituales. Ahora existen otros enemigos, otras amenazas y otras necesidades. Nuestro modelo de defensa occidental se ha visto inevitablemente afectado por esta nueva realidad. La OTAN debe, pues, buscar una nueva definición de objetivos y adaptarse a la nueva situación.

Así visto parece un ejercicio de racionalidad que una organización que fue creada en un contexto determinado y con unos objetivos muy precisos se plantee no sólo su adaptación sino que justifique su propia necesidad de existir como una gran alianza que garantice la seguridad y la paz, no sólo de sus socios sino, según los nuevos escenarios de riesgo, también mundial.

Estoy de acuerdo en que hoy día la seguridad individual y colectiva es un valor que todo demócrata tiene que defender. Comprendo perfectamente el enorme riesgo del terrorismo internacional y la necesidad de cooperar para defenderse y atacarlo.

No me preocupan los principios de la nueva OTAN. Me preocupa cómo se están haciendo las cosas y el resultado final del ejercicio. Y me preocupa aún más el sentimiento generalizado sobre que los europeos hemos perdido definitivamente la posibilidad de construir nuestro propio sistema de seguridad en cooperación con la OTAN, es decir, con el Pentágono, es decir, con EE UU.

Los términos del debate parecen claros. Hoy la única maquinaria de guerra creíble es la norteamericana. Pero ser creíble en la guerra cuesta mucho dinero. EE UU se lo gasta porque así consolida su liderazgo mundial y progresa en su desarrollo tecnológico. Nosotros, los europeos, salvo en el caso británico, no estamos preparados para enfrentarnos a los nuevos escenarios de riesgo y además hemos decidido no gastarnos un duro en materia de seguridad y defensa.

Es decir, como ha demostrado la guerra de Afganistán, los europeos hemos perdido la capacidad de jugar un papel relevante en las nuevas guerras. No hemos sabido modernizar nuestros ejércitos y somos incapaces de dotarnos de unos gastos de defensa significativos. Al punto que la gran esperanza del primer despliegue militar de nuestro Euroejército, en Macedonia el 1 de enero de 2003, no se podrá realizar, y la OTAN ha tenido que prorrogar seis meses su presencia, con la esperanza de que en el próximo verano los europeos seamos capaces se superar nuestras diferencias y demostrar, por fin, que somos capaces de hacer las cosas por nosotros mismos.

Con este telón de fondo, es comprensible que la propuesta norteamericana de 'especializarnos' dentro de su propia estrategia de defensa termine imponiéndose. Parece obvio que el Pentágono ha llegado a la conclusión, incluso si hay guerra en Irak, de que ya no se planeará ni se ejecutará una guerra a través de comités, donde participaremos los eventuales socios para decidir en conjunto lo que hay que hacer.

La guerra se planea y se dirige por quien tiene capacidad de hacerla, el resto podremos participar sobre la base de una aportación en el sector especializado en el que se supone que tenemos una capacidad demostrada.

Así las cosas, deberemos empezar a comprender que el diseño estratégico de la OTAN para los próximos decenios ya está suficientemente pergeñado y no se presenta por el momento ninguna alternativa sólida y creíble por parte de los europeos. Que EE UU termine imponiendo su visión de las guerras del futuro parece, pues, inevitable. El debate no es criticar su hegemonía, el verdadero debate es descubrir y poner remedio a nuestras propias carencias como europeos, que son muchas y alarmantes.

Pretender redescubrir una cultura de seguridad y defensa en nuestras sociedades europeas parece una tarea imposible. Pero hay que intentarlo. Plantear en términos políticos la necesidad de aumentar significativamente nuestros gastos en seguridad y defensa parece un despropósito propio de un militarista.

Pero estimo que es necesario. No porque me haya vuelto militarista. En absoluto. Simplemente porque me gustaría que la UE pudiera decir algo creíble en materia de seguridad y defensa.

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