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Viajes

La ciudad más grande del mundo

Avenidas infinitas y rascacielos, pero también la memoria de los aztecas, de la colonia española o de la revolución. Una ciudad que vale por un país

Se calcula que son unos 25 millones de vecinos. Se calcula porque, si bien oficialmente hay censados 22 millones, hay que sumar otros tres o cuatro de paracaidistas, que ocupan cinturones muy precarios en la periferia. Pero eso queda muy lejos del centro, en esa mancha humana que ocupa 1.500 kilómetros cuadrados. Lo que el turista ve, y le sorprende, es una ciudad muy atractiva y no tan caótica o amenazante como la pintan las malas lenguas. De hecho, México DF es el primer destino turístico del país (más de 10 millones de visitantes al año), ha logrado mitigar los problemas de contaminación (tres años ya sin que salten las alarmas, gracias a las restricciones de tráfico, ¡a pesar de las cuales se mueven cada día más de cuatro millones de automóviles!), y las autoridades están impulsando medidas en los llamados corredores turísticos para mejorar la seguridad y los servicios. En resumen, el visitante se encuentra ante una ciudad monumental y chilanga (castiza), pero también trabada de grandes avenidas y hermosos rascacielos.

Ese universo hirviente tiene su ombligo: la plaza del Zócalo. El marco es soberbio -catedral, Palacio Nacional, edificios nobles- y las dimensiones, enormes, pero eso es lo de menos: lo increíble es el borboteo de gentes que van y vienen, vendedores de maíz y chucherías, danzantes aztecas atronando el aire con sus tambores, niños volando cometas, novios en trance y casi siempre huelguistas o manifestantes o figurantes de algún mitin electoral o un concierto, o lo que sea. Este microcosmos bullicioso es un ombligo en sentido nada traslaticio: aquí estaba el centro de la antigua Tenochtitlán, la ciudad que fundara la tribu mexicana allí donde vio la señal celeste, esto es, un águila devorando una serpiente. Una ciudad plantada sobre una laguna alimentada por 16 ríos (ahora entubados), ciudad destruida por Cortés en 1521, tras dos años de pelea, y cuyas piedras y templos sirvieron para drenar los canales aztecas.

Así que por aquí hay que empezar. Visitar la catedral, más barroca que otra cosa, y la selva dorada de sus retablos y el Sagrario anexo. Por chiripa se encontraron restos del Templo Mayor de los aztecas, junto al Palacio Nacional (ambos se visitan). Si se está interesado por el arte colonial, el listado de iglesias y mansiones es formidable. Si se quiere arquitectura modernista, habrá que ir al borde de la Alameda, donde está el Palacio de Bellas Artes (dentro, muestras de los grandes muralistas: Rivera, Tamayo, Siqueiros, Orozco). Si se busca la vanguardia, habrá que enfilar la avenida Reforma y perderse por la zona rosa (restaurantes, bares y boutiques de alto nivel). Por lo que respecta a museos, el bosque de Chapultepec es esencial: entre otros, está allí el Museo Nacional Antropológico, uno de esos pocos museos que por sí sólo justifican el viaje; toda la memoria de México reposa allí, un universo de largas orillas, fascinante, generalmente desconocido para los autopagados europeos.

Cerca del hervidero del Zócalo, en el Portal de los Evangelistas, escribanos callejeros redactan a quien se lo pague documentos o cartas de amor

Con ser tantísimos los monumentos y museos (imprescindibles también el Dolores Olmedo o las casas de Frida Kahlo, Diego Rivera o Trotsky), lo que más engancha es la gente, los ambientes. Por ejemplo, cerca del hervidero del Zócalo, en el Portal de los Evangelistas, escribanos callejeros redactan a quien se lo pague documentos o cartas de amor. La plaza Garibaldi no es menos asombrosa, apacible de día, pero al atardecer aquello se inunda de mariachis, a la espera de que alguien les contrate para ilustrar la cena en los múltiples locales aledaños o donde sea. Tampoco se debe omitir Xochimilco, un laberinto de canales aztecas (lo que resta de la laguna) por donde pululan trajineras (góndolas) de colores chillones. Hay mercados coloristas y, si uno pregunta, le indicarán unos cuantos, pero nunca el de Sonora: pues bien, a ése es al que hay que ir; perderse por la sección de productos para ensalmos, brujerías, encantamientos... Es como otra dimensión, sólo comparable al cercano universo de Guadalupe, en cristiano, o a los ritos solares sobre la pirámide del Sol, en Teotihuacán. Pero esa es otra larga historia.

Localización

Cómo ir. El billete de avión a México DF se puede conseguir a partir de 534 euros (Tui , 902 212 120). Iberia (902 400 500) tiene un vuelo diario desde Madrid a México DF a partir de 591,36 euros. 5 Estrellas Club propone un paquete de 10 días / 8 noches en México DF, Yucatán y Cancún entre 1.381,73 y 1.519,96 euros, y otro de 15 días / 13 noches entre 1.724,30 y 2.018,80 euros. Alojamiento. El Gran Meliá México Reforma es un cinco estrellas de arquitectura vanguardista en cristal, en pleno corazón financiero de la ciudad y a pocos pasos del centro histórico, con servicios y comodidades acordes a su categoría; el fitness club incluye piscina y jacuzzi sobre los tejados circundantes. Salas de reunión. El precio de la doble es de 235 dólares y el desayuno-bufete, 12 dólares por persona. Comer. Un lugar tan enorme como Ciudad de México dispone de restaurantes que abarcan todo tipo de cocinas, desde las más exóticas a la española, pasando por la mexicana, que puede resultar muy picante para quien no esté acostumbrado. Hay muchos restaurantes vascos: Guría, muy bueno (Colima, 152), Guernica (Mariano Escobedo, 72), Centro Vasco (Aristóteles, 239), Costa Vasca (Louisiana, 16); también catalanes, gallegos y asturianos, o de cocina española en general, como el Casino Español (Isabel la Católica, 31). Un restaurante especialmente simpático y ambientado, en una casona del XVII en pleno centro histórico, es el Café de Tacuba (Tacuba, 28, 5 521 20 48), donde se han rodado películas y asesinado a políticos.

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