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Columna
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Internet busca su modelo de negocio

Cuando termine el año, sólo sobrevivirán el 10% de las empresas puras de Internet que proliferaron en las postrimerías del siglo pasado, como setas tras la lluvia, fertilizadas por el dinero fácil de unos inversores deslumbrados por la nueva tecnología. Pero la Red sigue registrando crecimientos de tráfico muy fuertes y a ella se incorporan todos los días miles de nuevos internautas que avalan el nacimiento de una nueva época, la de después del crash, para la que será necesario implantar un modelo de negocio que sí que se merezca ese nombre.

Internet es una red con un poder increíble de inmediatez y conectividad, preludio de una transformación cultural, económica y social. Allí trabajaremos, aprenderemos o nos divertiremos, y con ese horizonte de posibilidades no cabe hablar de la crisis de Internet, al menos que se confunda ésta con la crisis de unas empresas que no acertaron a encontrar un modelo de negocio viable. La crisis de las puntocom no es la crisis de Internet.

El fracaso fue pensar que Internet era un negocio en sí mismo, cuando sólo es una herramienta maravillosa que sirve como soporte para hacer negocios. La décima o la vigésima librería online no fracasaron porque estuvieran en Internet, sino porque no calcularon bien, como les sucedió a la mayoría de sus colegas, el número de sus clientes potenciales y de su cifra de negocio, o simplemente porque transgredieron las leyes de gestión de la economía real. En Internet los negocios también hay que hacerlos con los pies en la tierra.

Hubo muchos errores de cálculo y un exceso de oportunismo entre unos emprendedores que vaticinaron que Internet cambiaría el mundo de los negocios de forma inmediata y radical, y que luego, como se vio, resultaron más falsos que Judas y borraron a toda velocidad de sus marcas y nombres el apellido puntocom.

En sólo cinco años Internet ha conocido varios modelos de negocio, basados en distintas fuentes de ingresos. Tras el auge efímero del modelo inicial, sustentado en la conectividad, llegó el de la publicidad, asentado sobre unas previsiones tan desmesuradas como erróneas, pues los aspirantes a estar en el negocio crecían más que lo que lo hacía la propia publicidad. Esto, junto con las dificultades para medir correctamente el número de visitantes y lanzar soportes y mensajes eficaces, llevó al fracaso del modelo.

La publicidad coexistió con el tercer gran modelo, el del comercio electrónico, presentado como un canal de bajo coste y, por ello, con una alta rentabilidad que nunca se materializó.

El e-commerce, con un despliegue más lento que la publicidad, es el que ha dado el relevo al Internet de pago por los servicios prestados, un nuevo modelo todavía sin testar y de difícil implantación cuando está tan arraigada la cultura de que en la Red todo debe ser totalmente gratuito.

La conectividad, con AOL de gurú máximo; la publicidad, con Yahoo de portaestandarte, y el comercio electrónico, con Amazon de líder, son los modelos en los que hasta ahora se ha basado el negocio de Internet. Ninguno ha sido capaz de crear en la Red un censo de empresas consolidadas.

El mejor Internet es el que trabaja para optimizar procesos, redes y estructuras sociales, así como para potenciar ideas y proyectos de todo tipo: culturales, económicos, etcétera, pero todo ello pasa por la supervivencia de las empresas que lo alienten, y de ahí la importancia de implantar un modelo de negocio que al menos permita la viabilidad económica de los mejores.

A la espera de saber cómo termina la apuesta por el modelo de pago, lo más sensato es apostar por la diversificación: alianza con socios de la economía tradicional, que tienen los contactos, el capital y la capacidad de llevar a sus clientes a Internet; oferta de nuevos productos y servicios, y, por supuesto, intentar el cobro de servicios. Esta es hoy la estrategia empresarial que se está imponiendo en el Internet pos-crash.

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