Cuando el mercado falla
Los intereses entre las empresas y la sociedad son con frecuencia dispares, por ello hace falta una intervención externa para alinear los costes y los beneficios privados y sociales
El mercado no es infalible. El mercado, aunque es un mecanismo que ayuda a emplear los recursos escasos de la manera más eficiente para la sociedad, no siempre lo consigue. Cuando el mercado falla, son necesarias otras instancias que lleven a cabo una asignación de recursos más eficiente que la del mercado. æpermil;ste es el principio sobre el que se asienta el concepto de economía mixta y la práctica política de la socialdemocracia.
El más típico y frecuente de los fallos del mercado es el que se deriva de los efectos externos o externalidades. Son efectos sobre agentes económicos diferentes de los que toman las decisiones Las externalidades pueden ser tanto negativas, por ejemplo las que se discuten en esta página, como positivas, de las que trataremos en otra ocasión. Cuando se producen estas externalidades, el mercado falla, porque no les puede poner precio ni asignar un coste, de manera que las cantidades del bien que se produce serán mayores o menores de las que necesitan y convienen al conjunto de agentes económicos, es decir, a la sociedad entera.
La polución del aire y de las aguas es una notoria externalidad, un efecto de ciertos procesos productivos que perjudican a otras empresas y a todos los ciudadanos que usan esos medios naturales. El mercado no puede resolver el problema de la polución, como tampoco puede responsabilizarse de conservar el medio ambiente, porque sus leyes de funcionamiento normalmente lo excluyen. Ensuciar el cauce de un río con productos químicos y la consiguiente destrucción de pesca y daño a quienes usan esa agua para fines domésticos no son computados como un coste de las empresas que vierten los residuos al cauce del río. Desde el punto de vista de la empresa verter los residuos al río es probablemente una decisión eficiente, la de menor costo, y buena por lo tanto para su beneficio a corto plazo. Para el conjunto de empresas y de ciudadanos no lo es.
Esta disparidad entre el beneficio y el coste para unos y otros es lo que requiere una tercera instancia, las autoridades, para franquear el abismo que los separa. Hay normalmente dos tipos de soluciones: o bien se prohíbe el verter residuos industriales a los ríos, o bien se les hace pagar a las empresas que los vierten el costo total de su acción para la sociedad.
De esta forma se internalizan los costes, es decir, los costes sociales pasan a ser también costes internos de las empresas que manchan las aguas. Al aumentarles el coste de esta acción, quizás no resulta la de menor costo, y se vean obligadas a encontrar otra manera de eliminar los residuos o cambiar los procesos que los generan. Pero esta internalización de costes no la puede hacer el mercado. Hace falta una intervención externa para alinear los costos y beneficios privados y sociales.
Recordamos estas cosas tan elementales, porque la preservación del medio ambiente, que parece una tarea importante para la humanidad, no puede dejarse a la lógica de empresas individuales ni a los políticos que anteponen las consideraciones de lucro de empresas particulares a los intereses de toda la sociedad. Los daños al medio ambiente que la moderna producción industrial genera, sean los agujeros de ozono, el calentamiento global, el desvió de la corriente del Niño u otros fenómenos, cuya naturaleza e importancia tienen que definir los científicos de la naturaleza (y no los economistas de las empresas afectadas), tienen que ser internalizados a las empresas que los producen en forma de medidas fiscales, o procedimientos, tecnologías y procesos que reduzcan o eliminen estos daños.
Es la única manera, en un sistema de mercado libre, para que los hombres no destruyamos el medio ambiente y la calidad de vida sobre el planeta. Miren ustedes por dónde se llega de la consideración abstracta de las externalidades a proponer medidas para salvar a la humanidad.
www.esade.edu